A continuación publicamos dos reportajes realizados en el año 2009 por los periódicos El Espectador y El Colombiano, en los cuales desde distintos puntos de vista y con diferentes protagonistas se nos cuenta una misma historia...
Este primer artículo publicado por el periódico El Espectador en el año 2009 es una queja de los pobladores de la región ante la desorganización y el abandono en el que se encuentra uno de los yacimientos fosilíferos más importantes de nuestro país y lo más triste aún, la desconfianza que se tiene a las entidades como el Servicio Geológico Colombiano (antiguo Ingeominas). Tuve la suerte de visitar el desierto hace poco más de un año y pude comprobar de primera mano que si bien este artículo fue publicado hace 5 años, bien podría haber sido escrito hoy;
Cada
habitante tiene un museo en su casa
Un tesoro oculto en La Tatacoa
En el desierto de Villavieja, Huila,
los pobladores optaron por esconder las piezas arqueológicas que encuentran
para que no se las lleven los turistas y el Ingeominas.
Ana Mireya,
una encorvada y rucia mujer, sale de su casa en medio del desierto de La
Tatacoa, en Villavieja, apenas cae la madrugada. Una lluvia de estrellas se
esconde en el firmamento mientras decenas de cabras comienzan a pastear sobre
las áridas y extensas tierras.
Los brazos
de la villaviejuna cargan consigo una bolsa hecha en tela oscura, donde esconde
decenas de piezas arqueológicas de gran importancia cultural en la región y que
las encontró durante un recorrido familiar.
Al igual que decenas de pobladores y fundadores de La Tatacoa, ella optó desde hace un par de meses por esconder restos fosilíferos que han encontrado en medio de los 330 kilómetros cuadrados de la zona, para que no se los roben.
Al igual que decenas de pobladores y fundadores de La Tatacoa, ella optó desde hace un par de meses por esconder restos fosilíferos que han encontrado en medio de los 330 kilómetros cuadrados de la zona, para que no se los roben.
Los
caparazones de tortugas acuáticas, las vertebras, los colmillos de tigre y
hasta coprolitos de dinosaurio (heces fosilizadas), hacen parte de las
reliquias que Ana Mireya conserva bajo su cama y que saca cada vez que los
quiere limpiar o mostrarlos con temor de ser sorprendida.
“Los
turistas tratan de despedazar los fósiles que observan y se los llevan”,
explica Aurelina Romero, una habitante de La Tatacoa desde hace 50 años y quien
dice conocer un cementerio de tortugas que se mantiene oculto por temor a ser
saqueado o explorado por el Ingeominas.
“Vienen a
tomar fotos y yo dejo. De Bogotá me llamaron que si los entregaba y les dije
que no, que eran del desierto”, insiste Romero, quien aclaró que prefería
devolver lo que tenía al sitio de donde lo sacó.
El Espectador llegó hasta
la zona y encontró con orientación de los labriegos, el cementerio secreto de
fósiles. El lugar, ubicado en la zona conocida como “Los Hoyos”, en medio del
desierto, es hermoso, la tierra es plana y árida. Allí golpea el viento con
mayor intensidad.
Sobre el
suelo empolvado permanecen enterrados gran cantidad de caparazones de tortuga
que apenas asoman parte de su estructura. Calcular la cifra exacta es imposible
porque están regados y sembrados en medio de las rocas que, según los
historiadores, estuvieron inundadas 12 millones de años atrás.
“Encontramos
las paletas y rodillas de Megaterios, que nosotros llamamos Chocozuela,
columnas de cocodrilos, dientes de mamíferos y cabezas de armadillo o Rungas”,
comenta Ana Mireya, quien recorre desde que tenía tres años el desierto. Hoy
pasa los 40.
Por esto, se
atreve a decir que en La Victoria, un caserío ubicado a una hora de Villavieja
y en un extremo del desierto, se esconden los restos de una tortuga de al menos
ocho metros de longitud. El sitio exacto prefiere omitirlo.
“No queremos
que el Ingeominas se lleven para el museo en Bogotá los fósiles del desierto”,
insiste Orfanda Soto Perdomo, quien habita el caserío desde hace 48 años y los
reclama.
“Se llevaron
el Megaterios de ocho metros, hace como seis años y aún no han traído”, agrega,
al recordarlo como un enorme oso perezoso cuyos restos óseos se encontraron en
La Tatacoa.
La alcaldesa
de Villavieja, Tania Beatriz Peñafiel, aseguró que el Ingeominas devolverá los
fósiles del animal cuando se construya un museo de mayor tamaño que el
existente en el pueblo.
En
septiembre de 2008, Norberto Perdomo Perdomo descubrió en la vereda Palmira, en
Villavieja, el caparazón de la tortuga más grande del sur colombiano. “El fósil
tiene 1, 70 metros de altura y 1, 40 metros de ancho y pesa tonelada y media”,
reportó la Policía de Turismo del pueblo.
Los restos
del animal siguen en el Ingeominas. La Alcaldesa permitió la evacuación de las
piezas para su respectivo estudio, pero se comprometió a devolverlas. Con la
misma suerte corre la mandíbula de un Estrapoteiros, un mamífero que habitó en
el área hace 1000 años, pesa 900 kilogramos, mide dos metros con 50 centímetros
y se alimentaba de hierbas.
Edgar
Cortés, Coordinador de áreas protegidas de la Corporación Autónoma del Alto
Magdalena, Cam, dijo que hay que rescatar las riquezas arqueológicas,
pero no para que se las lleven para Bogotá. Y propuso la creación de sitio
donde se puedan observar todos los hallazgos en Villavieja porque “cada
poblador tiene un museo en su casa”.
Referencia
Web
Un tesoro oculto en la Tatacoa. Periódico El Espectador. 13 de febrero de 2009 (http://www.elespectador.com/impreso/nacional/articuloimpreso117918-un-tesoro-oculto-tatacoa) [Última consulta 08.04.2014]
Aclaración:
Como ya saben es política de este Blog transcribir los artículos
tal y como han sido publicados como una forma de respetar la publicación
original, pero como en casos anteriores la nota tiene algunos errores que se
hubieran subsanado con un poco de investigación por parte de la redacción del
periódico ya que se habla de “hallazgos de colmillos de tigre, coprolitos de
dinosaurio, y una mandíbula de Estrapoterios, un mamífero que habito el área
hace 1.000 años”.
Primero que todo cabe aclarar –salvo error por
desconocimiento de mi parte y si es así por favor corríjanme- que la zona mayoritariamente corresponde a hallazgos
del Mioceno medio (15 millones de años) época en la que los felinos aun no habían
llegado a Sur América y no lo harían hasta después del Gran Intercambio Biótico
Americano del Plioceno (3 millones de años aprox.), aunque cabe aclarar que en
la zona sí se han hallado
restos de mastodontes, megaterios y camélidos, animales que emigraron en este intercambio
faunístico pero hasta donde tengo entendido no se han descrito dientes de
tigres en la zona, tal vez se trate del
colmillo de un Astrapotherium muy común en la zona y nombre correcto para la
mandíbula que el artículo denomina Estrapoterios y donde de nuevo vuelven a
equivocarse al decir que la especie vivió en la zona hace 1.000 años, ya que la
especie parece haberse extinguido en el Mioceno.
Tampoco existe evidencia de hallazgos de dinosaurios en
el desierto de La Tatacoa, por lo que asegurar que se han hallado restos de
coprolitos de estos animales me parece muy arriesgado y lo que se consigue es
crear confusión en los lectores.
Con esta aclaración no pretendo criticar la nota,
solamente aclarar algunos puntos que en mi humilde consideración son erróneos y
se prestan a malas interpretaciones.
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Un sector del desierto de La Tatacoa, Huila es uno de los mayores yacimientos fosilíferos de Latinoamérica.
Regreso al pasado.
Cuando llueve a cántaros, la Tatacoa deja de ser desierto y se convierte en pasado, en selva tropical, rugido de enormes animales y tierras enlagunadas bañadas por numerosos ríos.
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En este segundo reportaje del Periódico El Colombiano, el protagonista del reportaje expresa su desconfianza
a entregar piezas a entidades estatales ya que espera que se le “recompense” de
alguna forma por donar las piezas; estoy totalmente de acuerdo en que los
habitantes de la región se beneficien de alguna forma de la explotación
turística del desierto, pero honestamente no creo que la solución pase por
pagar por la adquisición de fósiles.
Creo que los recursos
generados por la explotación turística del desierto de La Tatacoa deben invertirse
de nuevo en la zona para el bienestar común tanto de los pobladores de la
región como de los visitantes (mejora en carreteras, senderos, zonas de
servicio, etc…)
El Cazador de fósilesUn sector del desierto de La Tatacoa, Huila es uno de los mayores yacimientos fosilíferos de Latinoamérica.
Regreso al pasado.
Efraín Perdomo muestra el fragmento de mandíbula con dientes de un enorme animal que vivió allí. |
Cuando llueve a cántaros, la Tatacoa deja de ser desierto y se convierte en pasado, en selva tropical, rugido de enormes animales y tierras enlagunadas bañadas por numerosos ríos.
Los días en los que la Cordillera Central apenas se
alzaba y los mares se alejaban con la vida que alcanzaba la retirada, emergen
como sombras de tiempos pretéritos.
El invierno del año pasado y comienzos de éste lavó el
terreno, como sucedió tantas veces desde antes y después de que los japoneses
llegaran, silenciosos al promediar el siglo pasado, a estudiar y llevarse
ejemplares de enormes animales prehistóricos a los que la muerte sorprendió en
lo que luego fuera el valle de las Tristezas, como lo llamara Gonzalo Jiménez
de quesada en 1.538
Efraín Perdomo poco conoce del tema. En los terrenos que
compró su padre por 20.000 pesos años ha, encontraron hace un año los restos de
una enorme tortuga, bien preservada, junto a la mandíbula de otro animal.
Tras forcejeos el Ingeominas se los llevó para su
estudio. De su predio no quería dejarlos retirar.
Detectar la finca de Efraín no es difícil si se busca el
oasis más verde del desierto, logrado con una pequeña represa que concede riego
a los árboles y matas florecidas.
Pero alcanzar el lugar no es asunto sencillo. El
carreteable de 600 metros que lleva a la propiedad es una insinuación cerca a
una pequeña planicie de tierra roja que no se diferencia del resto de La Tatacoa.
Con Chari Brigit, su hija de cinco años, que el año
entrante irá para la escuela aprovechando el transporte que recoge los
escolares de un sector en donde vive, como un fósil más. Lo que fuera una pequeña
escuela que los escasos pobladores no logran llenar hoy, Efraín recorre el
trayecto hasta el punto donde la tortuga encontró su destino final.
Son unos 300 metros, cuyo recorrido se alarga por la
serie de pequeñas hondonadas que hay que bajar y subir, en un terreno repleto
de piedras de diferentes tamaños.
En una de esas concavidades un chorro lavó la tierra que
tenía encima el animal acuático.
De regreso, Efraín muestra acá y allá pedazos de fósiles.
Se detiene en un punto y escarba. Aparecen más.
-Para que destaparlo, si a uno no le dan nada. Si me
dieran para arreglar la casita que está que se cae.
Chari recoge un fragmento que parece una roca, para “que
mi mamá machaque el banano”, pero la deja a la orden de su padre.
-Mi hijo se encontró una mandíbula con unas muelototas. Ya
ni sé dónde anda, comenta y recuerda que en otro sitio, al otro lado de la
carretera que se pierde hacia el centro poblado mayor de Doche, halló una
tortuga más pequeña pero muy completa. La tapó y marcó el punto.
En el rancho se siente el frescor de la brisa y las
plantas reverdecidas. A un lado está el área habitable, en una construcción de
tierra, alta, que deja ver el desmoronamiento que el tiempo regaló con
generosidad. En un extremo está la cocina.
Se une con el lavadero y la mesa para comer, hecha con
tablones sin pulir, por una ramada que evita que el sol de 32 grados haga
estragos.
A ocho metros el corral para los chivos. Son su
subsistencia con unas pocas reses.
-Se nos robaron cuatro en estos días, comenta y agrega
que pese a la resequedad el ganado no es que no es parido si engorda.
Sandra Milena, su esposa, apura unos tintos. Efraín entra
a la habitación y regresa con un fragmento de fósil. Pesa como una gran piedra.
Se distinguen varios dientes enormes de lo que fuera parte de la mandíbula de
un gran animal.
-Pienso pintarlo bien para que se preserve, explica. Durante
años estuvo tirado a un lado de la casa.
Chari se mece en la hamaca con un chivo pequeño que se
deja hacer de todo, como disfrutando las caricias de la niña.
La vida en la Tatacoa no es fácil, pero en los recorridos
para buscar el ganado, queda tiempo para mirar los fantasmas de ese pasado que
el agua destapa.
-El mayor, vamos a ver como hago el esfuerzo para que
entre a la universidad, me dice que en internet ha visto la tortuga y que está
muy linda.
Aunque la Universidad Nacional tiene en mente un gran
museo para el desierto, en la zona donde han aparecido tantos animales que
engalanan colecciones de todo tipo, la
alcaldesa de Villavieja, Tania Beatriz Peñafiel, sostiene que como municipio
categoría 6 no tiene para contribuir con los 800 millones que cuesta.
Efraín espera que los fósiles le ayuden a mejorar su casa. Es lo que pide. Por ahora
seguirá recorriendo la región en la que siempre ha vivido, acompañado de
fantasmas que quieren volver a cobrar vida.
Referencia
Web
Ramiro Velásquez Gómez. El cazador de fósiles. Un sector del desierto de la Tatacoa, Huila es uno de los mayores yacimientos fosilíferos de latinoamérica . Periódico El Colombiano.
28 de julio de 2009 (http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_cazador_de_fosiles/el_cazador_de_fosiles.asp) [Última consulta 18.05.2014]
Comentario
final
La inversión social, la educación en estas áreas
y la correcta aplicación de la ley es la que debe garantizar un patrimonio que
al fin y al cabo es de todos los colombianos.
Recordemos que el patrimonio arqueológico
y paleontológico del país está protegido por la Constitución Política de Colombia y la Ley 1185 de 2008 la cual conserva e integra el
patrimonio cultural de la Nación.Todas las imágenes y fotografías aquí publicadas son propiedad de sus respectivos autores.
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