martes, 21 de octubre de 2014

Villa de Leyva y sus reptiles marinos siguen recibiendo reconocimiento mundial



En los últimos meses y en diferentes publicaciones científicas, hemos visto como Colombia y más concretamente Villa de Leyva y sus alrededores siguen recibiendo reconocimiento a nivel mundial como uno de los lugares más importantes para estudiar la fauna marina del Cretácico Inferior,  con especial atención a los gigantescos reptiles marinos que dominaron aquellos mares.  A continuación y como es costumbre en nuestro Blog, reproducimos un par de artículos, el primero publicado por la revista científica Sumamente donde se reconoce la labor que desempeña el CIP de Villa de Leyva, y un segundo artículo publicado en la versión en español de la revista digital Scientific American, donde se reconoce la importancia que tiene este yacimiento y su aportación a la paleontología mundial. También en la revista Muy Interesante en su versión mexicana de julio 2014, se publica un reportaje titulado “En busca de los gigantes marinos” haciendo mención -como no- a Villa de Leyva y su riqueza paleontológica.
Villa de Leyva: potencia fosilífera
Las entrañas de la región boyacense guardan fósiles exquisitamente preservados de una era geológica que carece de muestras en todo el globo. 

“El truco es más de maña que de fuerza”, me dice Mary Luz Parra enseñándome a golpear una piedra con forma de papa terracota que podría –o no– contener una amonita. “Debes darle con la parte trasera del martillo, no con el pico. Y en la mitad, para que se abra en dos”. Es inútil. Mi brazo está ardiendo por los varios minutos de esfuerzo sostenido contra este increíblemente duro fragmento de roca de al menos 100 millones de años. Parra sonríe con benevolencia y, despejándose la larga cabellera negra de la cara, toma mi pedrusco y le asesta dos certeros golpes. En el acto la piedra se abre como un huevo, revelando el cuerpo anillado y negro de una amonita medio enterrada en su densa matriz de sedimentos grises.

A los 36 años, después de casi 20 de andar con los ojos puestos en los suelos de arcillas rojas, amarillas y grises de su Villa de Leyva natal, y de estar asociada a trabajos de campo con paleontólogos profesionales, Parra ha desarrollado un ojo único para encontrar fósiles. Es como si ella y su hermano menor, Juan de Dios, tuvieran un radar interior, una exasperada correcta forma de interrogar las laderas erosionadas que una vez formaran el lecho de un cálido mar epicontinental.

Esa sensibilidad les viene bien. No solo por-que son los curadores del nuevo Centro de Investigaciones Paleontológicas (CIP) –un lugar único en su clase en Colombia, equipado con lo último en tecnología y entrenamiento profesional en materia de preparación de fósiles–, sino porque Villa de Leyva se perfila como la próxima potencia mundial en muestras del periodo Cretácico Inferior -o Temprano- es decir, organismos que vivieron entre hace 100 y 149 millones de años.

Los colombianos siempre hemos sabido que Villa de Leyva tiene buenos fósiles. Después de todo, ¿quién no ha ido a visitar al famoso Crono-saurio, ha parado en el Museo Paleontológico que administra la Universidad Nacional, o se ha detenido ante los vendedores de amonitas (cuya venta, incidentalmente, se prohibió no hace mucho)?

Pero lo que el común de la gente no sabe es que Villa de Leyva, cuyos fósiles apenas comienzan a ser estudiados en serio, está demostrando ser, en palabras del paleontólogo británico y profesor de la Universidad de los Andes Leslie Noé, “un repositorio no solo de la mejor fauna de reptiles marinos de Sur América, sino la mejor de su era en el mundo”. Un sitio que comienza a hacerles la boca agua a los científicos extranjeros.
Es bien sabido entre los paleontólogos que el libro de cómo era la vida en la Tierra tiene capítulos medio vacíos: periodos de tiempo que se han negado a soltar sus secretos por falta de fósiles qué estudiar. Una de las más notables grietas de información a nivel global es la fauna y vegetación de esos mares someros del Cretácico Inferior.

“Existe un buen récord de fósiles del Jurásico (en Europa) y del Cretácico Superior (e Norteamérica), pero no teníamos prácticamente nada del período que hay en medio de esos dos, salvo algunos huesos dislocados y en muy mal estado hallados en otras regiones del mundo”, explica Noé, quien fue curador de reptiles marinos en el Museo de Sedgwick, uno de los más antiguos de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra.

¿Quién nadaba con quién? ¿Quién se comía a quién? ¿Cómo eran esas aguas costeras y cómo lograban sostener a una fauna de reptiles mari-nos, monstruos intimidantes que rivalizaban en ferocidad y complejidad con los dinosaurios terrestres? ¿Cómo se comportaba el clima? ¿Qué sorpresas anatómicas, taxonómicas y evolutivas esconde esa brecha de casi 50 millones de años que no hemos podido vislumbrar? Todos estos son interrogantes que tradicionalmente han frustrado a los científicos.

Villa de Leyva abre una ventana de oportunidad a este pasado profundo porque los extravagantes fósiles de plesiosaurios de cuello largo, pliosaurios de cabezas formidables, ictiosaurios de ojos grandiosos y tortugas colosales que se han hallado aquí (y los muchos más que aún duermen arropados entre capas de geología) están en 3D; es decir, no están aplastados como tantos otros esqueletos en excavaciones paleontológicas. Además están articulados, cada hueso aún conectado a su vecino.

Encima de todo, yacen dentro de su contexto ambiental original, rodeados de los peces e invertebrados de ese gran mar de quizás unos 200 metros de profundidad, abierto al océano Atlántico. Un Atlántico bebé, apenas recién formado, cuando ni siquiera se había alzado el macizo de los Andes. El limo endurecido de ese joven fondo marino incluso alberga hojas, semillas y trozos de madera de los bosques de pinos que bordeaban aquellas costas, ofreciendo una ventana a las condiciones climáticas del pasado profundo.

Delicado nuevo hallazgo


Esa ventana se ensanchó un poco más hace unas semanas, con el trabajo de excavación de un nuevo ictiosaurio por parte del CIP. Los hermanos Parra me llevan de improviso a verlo. Está en la carretera de entrada a una finca particular –algo cada vez más común en la cada vez más populosa región. El animal fue descubierto hace un tiempo ya, pero solo ahora dan permiso para exhumarlo. Expuesto a los elementos desde hace rato, su delicado perfil, apenas cubierto con un plástico, está en peligro de deshacerse como la piel de un turista nórdico en tierra caliente.
Los Parra me dan una rápida clase de ‘consolidación’, y les ayudo a insertar gotitas de lo que supongo es una especie de paleogóma entre las grietas de las costillas. El plan es hacer esta operación con frecuencia, hasta que sea seguro traer una excavadora para sacar al animal de su sepultura sedimentaria y transportarlo al centro.

¿Qué nuevo cuento tendrá que contar este ictiosaurio? “Tradicionalmente se pensaba que sus linajes se habían extinguido, dejando solo uno que sobrevivió hasta el Jurásico”, dice Noé en su cubículo universitario rodeado de piedras y cerros de libros. “Pero los ictiosaurios de Villa de Leyva nos están diciendo que eso no es cierto. Que hubo más diversidad”.

Noé está seguro de que tanto en el CIP, como debajo de la tierra, hay nuevos géneros de ictiosaurios que redefinirán este capítulo del libro de la vida. “En el CIP hay animales que apenas si han comenzado a ser estudiados, y otros que aún están entre cajas, pero que valdrían una serie de informes científicos para las grandes revistas indexadas”

El afable profesor habla a la carrera, con la pasión y la avidez del extranjero que ve lo que tan-tos otros no ven. Vino a Colombia siguiendo a su esposa Marcela Gómez, la también paleontóloga y profesora de Geociencias en Los Andes, y aquí encontró su Cretácico mundo perdido. Compró una finca en Villa de Leyva porque en el terreno había un fósil. Y siente urgencia por dar a conocer la importancia de esta región en la comunidad científica internacional.

“Las tortugas, por ejemplo. ¡Hay una que tiene aún huevos en el vientre! Es prácticamente la primera vez que se ha encontrado eso en el mundo. Eso solo ya es un ‘paper’ para Nature, Science o el Journal of Vertebrate Paleontology. Es importante que cualquier equipo de investigadores que se dedique a esos animales incluya expertos mundialmente reconocidos en estos reptiles, trabajando en conjunto con los colombianos para que este repositorio sea reconocido en las revistas más prestigiosas”.

Según el médico y empresario Santiago Padilla, co-fundador del CIP con su fallecido hermano Carlos Bernardo, quien fue un Mecenas de la paleontología en Boyacá, eso es algo que intenta hacer el centro de investigaciones en Villa de Leyva. “Tenemos convenios y trabajamos con paleontólogos de Argentina, Alemania y Estados Unidos, incluyen-do también a investigadores colombianos que están en esos países, como Edwin Cadena, de North Carolina State University, que se ha dedicado a las tortugas, justamente”, me dice por Skype desde su oficina en Bogotá. Luego me muestra una espléndida cabeza de plesiosaurio.

“Esta la sometimos a una tomografía computarizada –un CT scan– para tratar de ver algo de su es-tructura interna. Y aunque las imágenes no tienen la cantidad de cortes necesarios en paleontología, nos ayudan visualizando mejor el fósil a la hora de prepararlo”

La criatura tenebrosa de Sáchica


Después de haber dominado la tierra firme y el aire, los reptiles completaron su supremacía del mundo mesozoico convirtiéndose también en los mayores depredadores de los océanos. Estos matones marinos no están relacionados con los dinosaurios, pero igualmente son gigantes; y aunque todos respiraban aire, desarrollaron un montón de formas diferentes. Es fácil imaginar, estando en presencia de estos fósiles, a elegantes ictiosaurios en forma de pez persiguiendo cala-mares en las profundidades o triturando amonitas acorazadas, y plesiosaurios de cuello largo emboscando peces o barriendo el suelo con el hocico en busca de bocados.

Pero sin duda, los depredadores más grandes y agresivos de estos mares crueles eran los pliosaurios. Sus mandíbulas espectacularmente grandes y desordenados hábitos alimenticios son visibles en ictiosaurios comidos a medias y mordeduras en las aletas de plesiosaurios.

Probablemente merecedor de cualquiera de las grandes publicaciones científicas mundiales es un suntuoso pliosaurio hallado en de Sáchica en 2009. Excavado a comienzos de este año, está siendo estudiado por la reconocida paleontóloga de vertebrados María Eurídice Páramo, profesora de la Universidad Nacional.

La tenebrosa criatura de cerca de diez metros de largo está en casi perfecto estado de conservación (solo le faltan las aletas del lado derecho, que se perdieron en años pasados durante la ex-tracción del yeso, abundante en esas montañas). Ostenta una cabezota triangular de 2,7 metros de largo flanqueada por mandíbulas armadas con dientes de 20 centímetros; el grosor y forma de su cráneo demuestran claramente que allí se insertaban músculos sumamente poderosos, capaces de imprimir una mordedura de miles de libras de fuerza por pulgada cuadrada.

En 2009 un equipo de investigadores del Museo de Historia Natural de Oslo calculó que un pliosaurio de 13 metros hallado en el archipiélago noruego de Svalvard habría sido capaz de hincar los dientes sobre sus víctimas con una fuerza de 33,000 libras.

“Con un cráneo de más de tres metros de largo es de esperar que la mordedura sea mucho más poderosa que la de un tiranosaurio rex”, dice el paleontólogo Joern Hurum. El análisis de la fuerza de la mordedura de un animal extinto se calcula usando fórmulas matemáticas basadas en la composición del cráneo, la morfología de los dientes y las inserciones de los músculos en las quijadas. Luego se hacen comparaciones con los animales vivos. Por ejemplo, un león puede generar hasta 1,000 libras de fuerza por pulgada cuadrada, un caimán imprime 3,000, un ser humano 250, y un tiranosaurio lograba 15,000.

Según el biólogo evolutivo Greg Erickson, del Museo de Oslo, la de este gran pliosaurio de Svalvard, del cual solo hay unos cuantos fragmentos de hueso, parece ser la mordedura más fuerte calculada en paleontología. El pliosauro de Sáchica no se quedaría muy atrás.

Hace un tiempo, durante su doctorado en la Universidad de Cambridge (donde conoció a Noé), Marcela Gómez trabajó en la mordedura de otro pliosaurio colombiano. “Mi estudio sugiere que este reptil era capaz de perseguir y capturar su presa usando sus poderosas mandíbulas”, escribe en un reporte científico que está por publicarse. “No obstante, su cráneo está mal adaptado para la mordedura asimétrica, lo cual sugiere que el pliosaurio seleccionaba presas que podían desmembrarse sin tener que usar movimientos de torsión con la mandíbula inferior”. Por su parte, a María Páramo le interesa saber las razones detrás de la exquisita preservación del monstruo de Sáchica.

“Estamos en esa discusión”, dice la experta en una entrevista telefónica. “Hay quienes opinan que esas rocas están formadas por elementos que se depositaron muy lejos de la costa. Otra corriente opina que fue cerca de la costa. Para tener una buena preservación son necesarias unas condiciones especiales: Que no haya oxígeno en el lecho marino para que no se dé una descomposición rápida del cadáver. Que no haya carroñeros, y que no haya muchas corrientes en el fondo que disturben los huesos. Pero lo interesante es que la roca en sí, sus características, son de ambiente con oxígeno: hay muchos óxidos de hierro y arcillolitas, que son rocas de arcilla de colores y esos colores indican oxidación de origen. ¿Cómo entonces se preservaron así de bien, en presencia de oxígeno? Es un rompecabezas fascinante”.

No muy lejos de allí hay otro pliosaurio más pequeño. “Estamos tratando de ver si se trata de un joven y un adulto de la misma especie; porque si yo tengo jóvenes y adultos que murieron simultáneamente eso podría haber significado un evento geológico importante que matara toda la población. Pero si tengo solo adultos, puedo hacer otras propuestas distintas. Falta todavía mucho trabajo, pues este es un yacimiento que está abriendo una cantidad de panoramas que van a aportar importante información al mundo, por lo menos en ese rango de tiempo geológico”.

La experiencia de Páramo en campo y en laboratorio con los fósiles colombianos es profunda. Quizás es la única colombiana con un doctorado en paleontología de vertebrados (en la Universidad de Poitiers, Francia).Ella me da una estupenda introducción a la taxonomía de este bestiario fantástico, matizada con su opinión sobre el estado de la paleontología en Colombia.

“El país no destina recursos para una cátedra en paleontología porque no se le ve una aplicación direc-ta económica. Pero sí la tiene, porque todo esto tiene relación con los sedimentos que dieron origen al petróleo. Ecopetrol ha ayudado con financiación para las excavaciones de Sáchica. Eso es estupendo. Pero necesitamos formar nuestros propios paleontólogos para que no sigamos cargándole la maletas al investigador extranjero”.

Con la piedra afuera

Encontrar y estudiar un fósil in situ es una cosa. Otra, es excavarlo y limpiarlo: sacarlo de la piedra, y sacarle la piedra. De regreso al CIP, Mary Luz Parra me conduce, con mi amonita en la mano, a una estación de trabajo detrás de un amplio y bien iluminado ventanal donde los visitantes del centro pueden ver a los técnicos manejando el martillo neumático.

“Aquí trabajamos no solo los fósiles locales, sino los que nos llegan de todo el país”, me dice Parra entregándome el martillo, un instrumento sospechosa-mente parecido a una fresa de dentistería. “Tienes que ir despacio, aprendiendo cuándo hacer fuerza. Es un trabajo de concentración total. Un paso en falso y adiós fósil”. Mi amonita demostró ser sumamente dura. Era obvio que eso iba a tomar tiempo.

“La preparación de un fósil de los grandes toma varios meses, a veces más de un año de trabajo continuo”, comenta Parra tomando la fresa de mis manos y cincelando la pieza con una destreza envidiable.

Después de todo, es la primera persona en Colombia profesionalmente entrenada como pre-paradora de fósiles. Gracias al apoyo de los Padilla, ha trabajado al lado de los expertos del Museo Egidio Feruglio en la Patagonia Argentina; y preparó algunos de los especímenes más emblemáticos del CIP, como el plesiosaurio de cuello largo que se convirtió en el logo del centro. También limpió la descomunal tortuga negra. El animal de 115 millones de años recibirá este año el nombre de Colombiachelys padillaii, en honor a los hermanos Padilla.

“También sometemos a algunos fósiles a baños con ácidos para disolver la piedra en partes demasiado delicadas; usamos específicamente el ácido sulfámico, una técnica que inventamos aquí en el CIP porque es más suave, segura y no produce vapores peligrosos”, añade con evidente orgullo.

La buena fama del CIP se ha extendido hasta el mismísimo Smithsonian Institution.

“Los hermanos Padilla siempre entendieron la importancia de la paleontología de Villa de Leyva, y le apostaron a convertir el lugar en un centro de clase mundial”, dice el geólogo y botánico colombiano Car-los Jaramillo del Smithsonian Tropical Research Insitute, en Panamá. “Yo les envío los fósiles que colecto en lugares como El Cerrejón. Eso ahorra tiempo y dinero, y los especímenes se quedan en el país para que cada científico venga después y los estudie”.

Jaramillo dice que desde hace 10 años se está creando una masa crítica de estudiosos de fósiles colombianos tanto dentro, como fuera del país. Pero coincide con Páramo en la absoluta necesidad de abrir una cátedra paleontológica –ahora más que nunca.

Alas submarinas

Por su parte, Leslie Noé no desperdicia oportunidad de trabajar con cuanto fósil de Villa de Leyva caiga en sus manos.

“Amo los plesiosaurios y los pliosaurios”, dice hablando a borbotones y saltando de la silla para dibujar uno de los de cuello largo en el tablero de su oficina. “Me interesa estudiar cómo eran cuando vivían, reconstruir su anatomía. Son difíciles de entender porque no tenemos con qué compararlos. Los de cuello largo tienen una apariencia genialmente ridícula, un cuerpo redondeado con cuatro aletas des-proporcionadas que funcionan, no como remos sino como alas de un avión, con todo y borde de ataque, para crear sustentación tanto positiva como negativa (para hundirse).

Y hay muchas teorías acerca de cómo se movían estas alas. Por ejemplo, haciendo una figura de ocho hacia adelante y hacia atrás, un poco como los colibríes. La otra pregunta es, ¿cómo dos pares de alas evitan los remolinos de agua ‘sucia’ que se crean cuando se mueven al tiempo? Quizá tenían que estar cambiando constantemente el ritmo, como un caballo que galopa y corre. Todo esto necesita investigación y hacer modelos en tanques de agua”.

Igualmente intrigante es el movimiento de esos cuellos eternos. Las vértebras están engarzadas entre sí de tal manera, que no permiten un rango amplio de movimiento hacia arriba o hacia los lados, sino hacia abajo, dice Noé. Esto hace suponer que su alimento estaba en el fondo, más que en la superficie. Es posible que un grueso tendón controlara la parte superior de las vértebras, estirándose como un caucho para bajar la cabeza, y distensionándose para permitirles nadar en línea recta.

 “Otra cosa que me interesa es el tamaño de las glándulas que controlaban el exceso de sal. Debían ser grandes porque los reptiles marinos no tienen riñones muy eficientes. Las iguanas marinas, por ejemplo, tienen dentro de su cabeza órganos que sacan la sal de su corriente sanguínea y la expulsan por la nariz. Pienso que los plesiosaurios harían algo parecido. Las formas de sus cráneos tienen mucho espacio para albergar estas glándulas; y su tamaño nos indica mucho sobre su dieta porque entre más salado el alimento más sal tendrían que expulsar”.

Ambos reptiles (los de cuello corto y los de cuello largo) tienen además un sistema sensorial potencialmente muy interesante, que según Noé se observa en el hocico, el cual está punteado de pequeños agujeros; quizás eran terminales para nervios que sentían la presión del agua, la temperatura y los químicos disueltos en su entorno. Como los tiburones.

Poco a poco, los fósiles sin precedentes de esta región van haciendo más factible imaginar esos mares crueles del Cretácico Temprano. Las semillas de coníferas tridimensionales, hermosas impresiones de hojas primitivas y trozos de madera encapsulados dentro de la roca como almendras en una barra de chocolate hablan de bosques prósperos, climas más cálidos que el presente, y alimento a granel.

¿Cómo animales tan grandes se mantenían durante una época de calentamiento global mucho más intensa de la que tenemos ahora, cuando los niveles de CO2 alcanzaban las mil partes por millón y el fondo del mar era pobre en oxígeno? Las preguntas se abren como flores, esperando ser estudiadas.

“Villa de Leyva guarda muchas sorpresas, más de las que nos imaginamos”, dice Noé. “Siento que en esas cajas en el sótano del CIP hay fósiles capaces de dar un sacudón a algunos pilares de la paleontología del Cretácico Inferior”.

En cuanto a mi hermosa amonita negra, aun-que sé que no va a sacudir nada, igual opté por donarla a la colección del CIP.

El único dinosaurio que existe en Colombia

Estas vértebras de dinosaurio saurópodo titanosauriforme de 130 millones de años fueron halladas en Villa de Leyva hace años, y son especialmente importantes porque se trata de una enorme criatura herbívora terrestre, que habitaba en los alrededores del gran mar que cubría toda esta región.

Las vértebras están siendo estudiadas por Diego Pol, del Museo Egidio Feruglio en de Trelew, en Argentina. “Es muy interesante dado que no conocemos prácticamente nada sobre la fauna de dinosaurios del norte de América del Sur”, dice Pol, quien trabaja en el dinosaurio más grande que existe hasta el momento, un herbívoro de 20 metros de alto recién descrito, en Argentina.

“Las faunas de dinosaurios del Jurásico y Cretácico de América del Sur se conocen principalmente del cono sur (sobre todo en Patagonia) y por lo tanto no sabemos si los dinosaurios que habitaban en el norte de América del Sur tenían más vinculación con los del cono sur o con los del Norteamérica. Las vértebras del saurópodo de Villa de Leyva poseen semejanzas muy marcadas con algunos dinosaurios saurópodos de América del Norte, lo cual es sumamente interesante. Nos sugiere que la diversidad de linajes evolutivos que habitaron en América del Sur era más grande de lo que sospechábamos. Sin duda, descubrimientos como este nos podrán ayudar a comprender mejor la historia de los dinosaurios del norte de América del Sur, un complejo rompecabezas que recién estamos comenzando a descubrir”.

La publicación de la descripción científica de estas vértebras en el Journal of Vertebrate Paleontology está bajo revisión, con Mary Luz Parra como autora secundaria. Además de las vértebras, que se encuentran en el Museo del Fósil, existen dos cabezas de fémur de otro saurópodo, que están en el Centro de Investigaciones Paleontológicas.
Referencia Web:
Ángela Posada-Swafford. Villa de Leyva: potencia fosilífera. Revista Sumamente 07 de Julio de 2014.( http://www.sumamente.co/articles/detail/villa-de-leyva-potencia-fosilifera/)  [Última consulta 14.07.2014]

Colombia devela un impresionante depósito de fósiles marinos de hace más de 100 millones de años
La región de Villa de Leyva hospeda maravillosos fósiles del período Cretácico Inferior, entre ellos plesiosaurios de cuello largo, pliosaurios de cabezas formidables, ictiosaurios de ojos grandiosos y tortugas colosales.
Hasta ahora, Colombia no se había distinguido dentro del campo de la paleontología mundial. De hecho, el país ni siquiera cuenta con una cátedra universitaria de esta profesión. Sin embargo, de un tiempo para acá, algunas localidades han comenzado a revelar importantes recursos fosilíferos que han atraído el interés de expertos internacionales y empiezan a estimular la especialización en el extranjero de varios estudiantes a nivel de doctorado.

La paleontóloga María Eurídice Páramo frente al pliosaurio de Sáchica, una tenebrosa criatura de cerca de 10 metros de largo, completa en un 85%. 
Foto cortesía de la Universidad Nacional de Colombia.

Tradicionalmente, la región de Villa de Leyva, una localidad turística a dos horas en automóvil de Bogotá, ha sido conocida entre los colombianos por contener fósiles. Ahora, una combinación de interés académico, nuevas herramientas en materia de preparación de fósiles y experticia para excavar y limpiar los huesos, han abierto los ojos del mundo al valioso depósito que se perfila como una próxima potencia mundial en fósiles del período Cretácico Inferior –o Temprano–, es decir, organismos que vivieron entre hace 100 y 149 millones de años.
En palabras del paleontólogo británico y profesor de geología de la Universidad de Los Andes Leslie Noé, “este es un repositorio no solo de la mejor fauna de reptiles marinos de América del Sur, sino una de las mejores de su era en el mundo –un sitio que apenas comienza a ser estudiado–”.
“Existe un buen récord de fósiles del Jurásico (en Europa) y del Cretácico Superior (en Norteamérica)”, explica Noé, quien fue curador de reptiles marinos en el Museo de Sedgwick, uno de los más antiguos de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. “Pero una de las más notables grietas de información a nivel global es la fauna y vegetación de esos mares someros del Cretácico Inferior”.
¿Cómo eran las aguas epicontinentales que cubrían toda esta región, y cómo lograban sostener a una fauna de reptiles marinos, monstruos intimidantes que rivalizaban en ferocidad y complejidad con los dinosaurios terrestres? ¿Cómo se comportaba el clima? ¿Qué sorpresas anatómicas, taxonómicas y evolutivas esconde esa brecha de casi 50 millones de años que no hemos podido vislumbrar? Todas estas son interrogantes que tradicionalmente han frustrado a los científicos.

Esta tortuga prehistórica casi completa fue hallada en el yacimiento de Villa Leyva. Foto de Centro del Investigaciones Paleontológicas.

Villa de Leyva abre una ventana de oportunidad a este pasado profundo porque los extravagantes fósiles de plesiosaurios de cuello largo, pliosaurios de cabezas formidables, ictiosaurios de ojos grandiosos y tortugas colosales que se han hallado aquí (y los muchos más que aún duermen arropados entre capas de geología) están en 3D; es decir, no están aplastados como tantos otros esqueletos en excavaciones paleontológicas. Además están articulados, cada hueso aún conectado a su vecino.
Encima de todo, yacen dentro de su contexto ambiental original, rodeados de los peces e invertebrados de ese gran mar de quizás unos 200 metros de profundidad, abierto al océano Atlántico. Un Atlántico bebé, apenas recién formado, cuando ni siquiera se había alzado el macizo de los Andes. El limo endurecido de ese joven fondo marino incluso alberga hojas, semillas y trozos de madera de los bosques de pinos que bordeaban aquellas costas, ofreciendo una luz a las condiciones climáticas prehistóricas.
Según Noé, en el nuevo Centro de Investigaciones Paleontológicas (CIP) en Villa de Leyva –un moderno laboratorio de preparación de fósiles único en su clase en el país, dentro de cuyos clientes está el Smithsonian Institution– hay animales que aún no han comenzado a ser estudiados pero que cuando lo sean probablemente se desprenda de ello una serie de informes científicos para las grandes revistas indexadas. “Las tortugas, por ejemplo. Hay una que tiene aún huevos en el vientre. Es prácticamente la primera vez que se ha encontrado algo así en el mundo”.
Probablemente otro de los animales merecedores de cualquiera de esas publicaciones es el espléndido pliosaurio de Sáchica, una tenebrosa criatura de cerca de 10 metros de largo, completa en un 85% (solo le faltan las aletas del lado derecho, que se perdieron en años pasados durante la extracción del yeso, abundante en esas montañas), y que está siendo estudiada por la paleontóloga de vertebrados María Eurídice Páramo, profesora de la Universidad Nacional.
Además de su anatomía, a Páramo le interesa saber las razones detrás de su exquisita preservación. “Falta todavía mucho trabajo, pues este es un yacimiento que está abriendo una cantidad de panoramas que van a aportar importante información al mundo, por lo menos en ese rango de tiempo geológico”.
¿Cómo animales tan grandes se mantenían durante una época de calentamiento global mucho más intensa de la que tenemos ahora, cuando los niveles de CO2 alcanzaban las mil partes por millón y el fondo del mar era pobre en oxígeno? Las preguntas se abren como flores, esperando ser estudiadas.
“Villa de Leyva guarda muchas sorpresas, más de las que nos imaginamos”, dice Noé. “Siento que esos fósiles, incluyendo los que creo van a resultar nuevas especies de ictiosaurios, son capaces de dar un sacudón a algunos pilares de la paleontología del Cretácico Inferior”.

Este ictiosaurio es una de las criaturas halladas en el depósito de fósiles. Foto del
Centro de Investigaciones Paleontológicas.

Referencia Web:
Ángela Posada-Swafford. Colombia devela un impresionante depósito de fósiles marinos de hace más de 100 millones de años. Revista “Scientific American en Español” 16 de octubre de 2014.( http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/colombia-devela-un-impresionante-deposito-de-fosiles-marinos-de-hace-mas-de-100-millones-de-anos/ )  [Última consulta 21.10.2014]



Portada e introducción al reportaje titulado “En busca de los gigantes marinos”
de la revista Muy Interesante en su versión mexicana de julio 2014



Aclaración:  En el primer artículo de la revista sumamente, al referirse a las vértebras del nuevo dinosaurio saurópodo descrito en Colombia, se utiliza el subtitulo “El único dinosaurio que existe en Colombia”, afirmación que no es correcta, ya que como bien sabrán los lectores habituales del Blog, en nuestro país ya se han descrito otros hallazgos identificados como restos de dinosaurios, y que han sido comentados en varias entradas de nuestro Blog.
 
Todas las imágenes y fotografías aquí publicadas son propiedad de sus respectivos autores.


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