Los geólogos buscan evidencias del pasado para
reconstruir la historia del territorio.
En uno de los lugares más calurosos de Colombia, donde el
sol no da tregua, los fuertes vientos han torcido los pocos árboles, como el
trupillo y el marúa; las caminatas se hacen pesadas por la dureza y la cantidad
de rocas en el suelo, por la arena, por los cactus, especialmente el yosu. Allí
en la alta Guajira, hace 125 millones de años, el paisaje era otro.
Las olas y las corrientes de un inmenso océano, el de
Tetis, les daban rumbo a animales marinos viajeros que los paleontólogos
califican como fauna cosmopolita, es decir que se distribuyen en regiones muy
grandes; hoy se encuentran como fósiles incrustados en rocas sedimentarias, muy
sólidas, en varias zonas del país. Esos organismos vueltos roca, parecidos a
los actuales caracoles, ostras y peces, divagaban libremente y hoy se encuentran
también en países mediterráneos como España, Francia e Italia, así como en el
norte de África, en México y probablemente en Perú.
Los geólogos trabajaron en el cerro Yuruma, cuyas franjas de rocas representan diferentes momentos geológicos de la antigüedad. |
Hace unas semanas, el paleontólogo Pedro Patarroyo,
profesor investigador de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, estuvo
buscando evidencias de aquellos fósiles del Barremiano, una de las divisiones
del tiempo geológico perteneciente al Cretácico temprano, que data de hace 129
a 125 millones de años. Esos fósiles en la alta Guajira colombiana demuestran
que el Tetis se extendía más allá del actual Mediterráneo, en una zona
semitropical.
En 1838, el paleontólogo alemán Leopold von Buch lo
mencionó cuando estudió las muestras que llevó Alexander von Humboldt a Europa
a comienzos del siglo XIX y que hoy reposan en el Museo de Historia Natural de
Berlín. Luego, en la década de los años cincuenta, Hans Bürgl dejó literatura
al respecto. Ahora Patarroyo busca demostrar, fósil en mano, que estas amonitas
–moluscos con concha en los cuales es un experto– son la mejor herramienta para
relacionar regiones de Colombia con las de otros continentes. La alta Guajira
es un lugar ideal para adelantar estas investigaciones porque a los geólogos
les encanta trabajar en lugares desérticos donde las montañas están desnudas y
pueden ver mejor las rocas que estudian. Además, porque poco se sabe de su
geología y porque se piensa que fue allí donde alguna vez estuvimos unidos a
otros continentes.
Durante cinco días, acompañado por María Fernanda
Almanza, geóloga del Servicio Geológico Colombiano (SGC), el profesor Patarroyo
fue subiendo los doscientos metros del cerro Yuruma, una montaña que parece una
tajada de ponqué con capas, pero en el que, en lugar de estar relleno de
chocolate, las franjas de rocas representan diferentes momentos geológicos de
la antigüedad.
“Esto
puede haber sido así, pero aún nos falta evidencia para confirmarlo”
El ritual de los geólogos en la salida de campo
Las jornadas comenzaban temprano en la mañana y
terminaban a las cuatro y media de la tarde, no por cansancio, sino porque
había que aprovechar la luz del día para terminar de registrar lo encontrado o
lo visto durante el día. En la ranchería Watchuali, donde Patarroyo guindó
hamaca y Almanza montó su carpa, seguían dándoles vueltas a posibles
interpretaciones de las rocas del cerro Yuruma, una montaña escarpada y
empinada, todo un reto para turistas, pero un bocado de cardenal para los
geólogos porque la ven como un libro: allí leen el pasado y pueden describir la
historia geológica del territorio. “Tenemos el ojo adiestrado para distinguir
la morfología o los cambios de material”, explica Patarroyo.
El balance de ese martes fueron muchos bivalvos, grupo de
moluscos con caparazón, como las conchas que contienen perlas. Preciosos, pero
eso no es lo que buscan; con la lupa encuentran foraminíferos, otro tipo de
fósil, pero ese tampoco es el que quieren. No importa. Ambos escriben en sus
cuadernos de notas, dibujan en planillas los diferentes estratos de rocas
encontradas en la columna estratigráfica, aquella que muestra la secuencia de
capas en una montaña, y revisan conjuntamente los mapas. El camino de rocas
planas, rotas, pequeñas y grandes, corrugadas y lisas es monótono, excepto por
una serpiente plateada, una cazadora, que se desliza rápidamente al paso de la
geóloga; tras un grito silencioso, la enfoca con su cámara y logra dejar
testimonio de su huida.
Ya van a ser las 12 de ese primer día, y los dos geólogos
siguen su camino mirando hacia abajo, buscando, revisando, tomando muestras y
marcando cada una de ellas. Aún están en la parte baja de la montaña. Frente a
ella, alzan su mirada y empiezan a marcar alturas. Lo hacen con el bastón de
Jacob, una vara de metro y medio pintada con franjas negras y blancas; en su
parte superior tiene un disco metálico y un nivel que permite medir el espesor
y la inclinación de las capas y, con base en esa inclinación, marcar cada metro
y medio hacia arriba, lo cual facilita la comprensión de la columna
estratigráfica.
El primer día terminan en el bastón 22, lo que equivale a
33 metros de altura. Regresan a la ranchería con unas pocas muestras de
amonitas de los géneros Nicklesia y Pulchellia, correspondientes al Barremiano
inferior. “Lo sabemos por la bioestratigrafía, por la correlación con las zonas
patrón del Mediterráneo”, dice el profesor.
A las nueve de la mañana o a las cuatro de la tarde,
explica, es la mejor hora para buscar sus amonitas, “cuando la incidencia de la
luz solar hace que los relieves y los rasgos geológicos resalten”, lo que no
ocurre al mediodía. Trucos de los geólogos.
El primero no fue un buen día; el profesor dice estar
“descorazonado” porque no encuentra lo que está buscando. Al día siguiente será
necesario subir más.
Durante el segundo día usan su brújula y, ya conociendo
las rocas sedimentarias, buscan las mismas capas, pero en otro lado del cerro.
Primero es necesario ubicarse bien; luego, calibrar sus instrumentos y
continuar cerro arriba. El viento produce un ruido que se lleva las
conversaciones; pero cuando deja de correr, el silencio es total. Con martillo
y cincel van rompiendo rocas, desentrañando lo que contienen.
Ya estamos en el tercer día, y se aproximan a la cima del
cerro. Van en el bastón 70 y no se cansan de mirar las capas, buscando
evidencias. Hoy han encontrado Gerhardtia otro género de amonitas; ya le volvió
el alma al cuerpo al profesor Patarroyo.
En la cuarta jornada resuelven iniciar el día contándoles
a los pocos estudiantes que llegan al Aula de Watchuali sobre lo que están
haciendo en el cerro Yuruma. Tranquilina, la profesora, de 56 años, les traduce
al wayunaiki las diferencias entre las eras geológicas y los fósiles. El
profesor Patarroyo deja como material pedagógico algunos fósiles; pero son
pocos los alumnos que lo pudieron escuchar porque las distancias en esta
desértica región no permiten que los niños lleguen hasta la escuela. Además,
algunos no han vuelto por estar trabajando en una mina recién abierta en la
zona. Eso cuentan los habitantes de la ranchería.
De nuevo en el cerro, los geólogos se concentran en sus
mediciones para ir trabajando de acuerdo con sus parámetros de estudio. A veces
los encuentra uno, entre roca y roca, hablando de la vida, la familia, lo
cotidiano. Van subiendo y marcando rocas con un plumón rojo, ya casi llegan a
la cima. Pero no están seguros de si podrán subir, porque el camino está
escarpado y esos últimos metros parecen una pared. Ayer vieron unos tres chivos
lograrlo. Les tocará hacer como las cabras que ‘tiran al monte’.
El último día llegan a la cima, y, aunque en ese último
tramo los fósiles son más escasos, hay algo que les llama la atención: “Con
base en un fósil que encontramos hoy, una amonita que estaba en una caliza muy
compacta, vamos a ver qué metodología utilizamos para sacarla sin dañarla
porque es un organismo bien diferente de lo que se puede encontrar en el
Barremiano; existe una remota posibilidad de decir que evidentemente en el
cerro Yuruma tenemos depósitos del Aptiano”, dice el profesor, “pero hasta que no
se prepare la muestra no lo sabremos”.
Concluye que sí encontraron fósiles del Barremiano
similares a los que hay en Villa de Leyva. Pero en realidad le quedan más dudas
que respuestas. Así es la ciencia. “Ahora viene lo bueno porque la limpieza de
los fósiles demanda un gran trabajo”. Y el reto será publicar la experiencia en
una revista científica, un texto acompañado de ilustraciones y fotografías, que
hasta ahora no existe.
Esta salida de campo forma parte de la producción del
libro Geología de Colombia, que produce el Servicio Geológico Colombiano y
compila el estado actual del conocimiento de la geología del país. “Hemos
querido viajar a diferentes puntos del país para hacer no solamente una toma de
fotografías que puedan publicarse como portadas de los tomos, sino que también
nos ha servido para colaborar con los diferentes autores para venir a campo y
resolver algunas dudas puntuales que tienen los investigadores”, dice la
geóloga Almanza. Durante el segundo semestre de 2018, el libro será distribuido
gratuitamente en versión digital e impresa.
El ‘profe’ Pedro Patarroyo
El profesor Pedro Patarroyo va lento. Todo lo mira con
cuidado, todo lo hace como si estuviera en un ceremonial. Piensa sus palabras
antes de decidirse a pronunciarlas y no se permite ser categórico. “Esto puede
haber sido así, pero aún nos falta evidencia para confirmarlo”, parece decir
cada vez que habla.
Ecuánime, silencioso, concentrado y tranquilo.
Frecuentemente divierte a sus coequiperos con algún chiste cargado de humor irónico.
Una vez terminada la jornada se echa en su hamaca, y lo ve uno con la mirada
perdida, seguramente su cerebro maquinando diferentes hipótesis de lo que vivió
y encontró durante el día.
La noche le sirve para descansar, pero juraría que entre
sueños sigue maquinando. En la mañana, cuando empieza a clarear, toma su
cuaderno de notas, sus mapas geológicos y su portafolio, y empieza a anotar, a
pintar, a dibujar, a ubicar, a describir. Manos le faltan para plasmar todos
sus pensamientos en esos documentos. Es ahora o nunca. Patarroyo tiene
doctorado y posdoctorado en ciencias naturales y paleontología en las
universidades Justus Liebig Universitaet Giessen y la de Heidelberg en
Alemania. Tiene más de 30 publicaciones científicas nacionales e internacionales
indexadas. Desde hace 24 años es profesor en la Universidad Nacional, en donde
ofrece clases como estratigrafía, paleontología, geología histórica o Campo IV.
En esta última enseña a sus estudiantes de geología las técnicas básicas para
hacer un levantamiento estratigráfico, justo como el que hizo en el cerro
Yuruma. Es autor del capítulo sobre el Barremiano en Colombia que se publicará
en el libro Geología de Colombia.
Referencias:
Lisbeth Fog Corradine. La Guajira y
el Mediterráneo estuvieron conectados en el pasado. Fuente Periódico El Tiempo
24.04.2018 (https://www.eltiempo.com/vida/ciencia/la-guajira-y-el-mediterraneo-estuvieron-conectados-hace-125-millones-de-anos-208694) [Ultima consulta 28.04.2018].
Video del Servicio geológico Colombiano sobre la investigación del Dr Pedro Patarroyo en el Cerro Yuruma en la Guajira.
Todas
las imágenes, fotografías y vídeos aquí publicados son propiedad de sus
respectivos autores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario