lunes, 4 de noviembre de 2024

Primer Registro de un «Ave del Terror» en Colombia: Un Superdepredador de hace 13 Millones de años ⚒


Se registra por primera vez la presencia de «aves de terror» (Phorusrhacidae) en el Mioceno Medio de Colombia. El hallazgo consiste en un fragmento distal de un tibiotarso izquierdo encontrado en el Desierto de la Tatacoa. Además de ser el primer fororrácido registrado en el norte de Suramérica, los investigadores estiman que podría tratarse del ave del terror más grande encontrada hasta el momento en base al ancho distal del tibiotarso, el cual presenta también cuatro marcas de mordedura, posiblemente causadas por otro gran depredador, algo que se confirmará en un próximo estudio.

Este descubrimiento aporta nueva información sobre la presencia de estos grandes depredadores en el trópico de América del Sur. El fósil fue hallado por César Perdomo hace 20 años, este campesino de la zona ha recolectado fósiles desde su infancia y ahora colabora con paleontólogos para preservar y mostrar sus hallazgos en el museo La Tormenta, creado con su propio esfuerzo y dedicación.


A continuación la noticia publicada por el New York Times:
 

Un ave del terror en un desierto colombiano

César Perdomo, ganadero y cazador de fósiles en el desierto de la Tatacoa, en Colombia, con un fósil de ave del terror. Hasta su hallazgo, poco se sabía sobre cómo estos carnívoros se extendieron por América hace millones de años.
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En Colombia, un ganadero recolector de fósiles ha encontrado un gigantesco asesino no volador de hace 13 millones de años, un ejemplar que ayuda a completar la historia evolutiva de la región.

El pequeño museo paleontológico de César Perdomo, La Tormenta, es una obra en construcción. Es una estructura de cemento desnudo construida sobre una plataforma azotada por el viento en el desierto de la Tatacoa, que ofrece una vista panorámica de cañones escarpados y poco profundos tallados en roca lutita blanda.

En el interior del museo, los fósiles están distribuidos en mesas y estanterías. El resto de la colección de Perdomo está en cajas apiladas hasta el techo; una silla de montar cuelga desordenadamente sobre un caparazón de tortuga fósil estacionado en el suelo. También hay un restaurante y varias cabañas rústicas, pero pueden pasar semanas sin ningún huésped.

Perdomo, de 44 años, es un veterano ganadero que, como mucha gente de esta región, ha coleccionado fósiles toda su vida. El desierto de la Tatacoa alberga ricos yacimientos de fósiles de hace unos 13 millones de años, el apogeo de la época del Mioceno medio.

Los dinosaurios no avianos llevaban mucho tiempo muertos y Sudamérica era un continente insular que aún no estaba conectado a Norteamérica. Allí vivían mamíferos con pezuñas de gran tamaño, como los toxodontes, parientes lejanos de los rinocerontes y tapires actuales; cocodrilos altos que caminaban sobre la tierra; criaturas con armaduras gruesas llamadas gliptodontes; y aves gigantes no voladoras conocidas como aves del terror, con poderosas patas y picos desgarradores.

Fue una época única en la historia geológica en la que las aves disfrutaron de un glorioso papel como grandes depredadores. En los registros fósiles se han identificado unas 20 especies de aves del terror. Las más pequeñas no eran más grandes que un perro, mientras que otras alcanzaban los tres metros de altura. Algunas cazaban emboscando a sus presas, mientras que otras las perseguían hasta cansarlas.

Se han encontrado fósiles de aves del terror en el cono sur de Sudamérica, sobre todo en Argentina, y también en Florida y Texas. Sin embargo, a pesar de un siglo de intensas exploraciones por parte de los paleontólogos, nunca se habían encontrado en medio de esas zonas. Sus movimientos y paradero eran un misterio hasta que Perdomo decidió construir La Tormenta.

‘Rocas’ y dientes de toxodontes

Perdomo con una herramienta que se usa para excavar fósiles. Aprendió sus técnicas de paleontólogos japoneses y estadounidenses que estuvieron de visita en las décadas de 1980 y 1990.



Cuando era un niño en el desierto y ya pastoreaba sus propias cabras, Perdomo acompañó a dos expediciones de investigación de larga duración dirigidas por la Universidad de Kioto, en Japón, y por la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Durante las décadas de 1980 y 1990, Perdomo ayudó a los científicos en sus visitas anuales y, a su vez, aprendió sus técnicas de excavación y conservación. Guardaba bajo la cama su creciente colección de antiguos escudos de tortuga y dientes curvados de toxodonte. De vez en cuando, su madre tiraba sus “rocas”.
 
A mediados de la década de 1990, los paleontólogos extranjeros se retiraron de Colombia, temerosos del empeoramiento de la actividad guerrillera y paramilitar en la región. Perdomo dijo que se había entusiasmado por la posibilidad de que “como ellos se fueron, que yo cuando ellos volvieran tenía que tener material para mostrarles”. “Pero nunca volvieron”, dijo Perdomo refiriéndose a los investigadores. “Porque pues yo guardo la esperanza que volviera alguien”.
 
Perdomo siguió recolectando, solo, sin libros ni referencias que le sirvieran de guía, apenas los recuerdos de las expediciones. Ya adulto, criaba vacas y abejas que producían una miel del desierto oscura y deliciosa. Buscaba fósiles por las tardes, cuando amainaba el calor. Sus técnicas se hicieron más refinadas y sus hallazgos más intrigantes, aunque la mayoría permanecieron bajo su cama.
Con el tiempo, los paleontólogos profesionales regresaron, pero esta vez eran colombianos. En 2010, Andrés Link, de la Universidad de Los Andes en Bogotá, empezó a venir con colegas y estudiantes, y a recaudar fondos para diferentes proyectos. Unos años después conoció y se hizo amigo de Perdomo. “No podía creer que aquí estuviera este tipo, que a los 8 ó 9 años anduvo por ahí con las expediciones de Kyoto y Duke”, recordó Link. “Pero él sabía dónde estaban los fósiles”.


Santiago Perdomo, un ranchero joven y un pariente de César Perdomo. Los niños de la región a menudo comienzan a trabajar con sus propios animales a los 8 o 9 años.

Andrés Link, paleontólogo, y Perdomo excavan un gliptodonte —una criatura parecida a un armadillo— durante la noche.


 En 2015, el desierto de la Tatacoa sufrió una sequía catastrófica que mató a más de 10.000 vacas. La dolorosa experiencia de ver cómo se marchitaba y moría su rebaño hizo que Perdomo buscara otras formas de sustento. Y mientras tanto, se estaba produciendo un renacimiento paleontológico local.
Dos hermanos cazadores de fósiles habían abierto un pequeño pero sofisticado museo de historia natural en La Victoria, una ciudad en el extremo norte del desierto. En la ciudad de Villavieja, al sur, un museo municipal estaba renovando sus exposiciones de fósiles para hacerlas más científicas y atractivas.
 
Link y Perdomo decidieron organizar, catalogar y exponer la creciente colección de Perdomo, abriéndola a los científicos y a cualquiera que quisiera verla. Después de la pandemia de COVID-19, empezaron a construir La Tormenta. Menos de un año después, una tormenta azotó y se llevó por delante la estructura del museo, “como en El mago de Oz”, recordó Link. Los fósiles quedaron empapados, pero se pudieron salvar.
Volvieron a empezar, esta vez con materiales más resistentes. El museo aún no estaba terminado el pasado noviembre, cuando Rodolfo Salas, especialista en cocodrilos de Perú, vino con Link a ver los huesos de Perdomo.
“César y yo estábamos sentados allí”, recordó Link, cuando un espécimen grueso, de unos ocho centímetros, llamó la atención del investigador visitante. No era de un mamífero, aseguró Salas a sus anfitriones, ni tampoco de un reptil. El fósil, que Perdomo había recogido 15 años antes mientras reparaba una valla, era el tibiotarso, o hueso de la parte superior de la pata, de un ave. Un ave enorme y poderosa.
 
Un superdepredador

El desierto de la Tatacoa alberga yacimientos ricos en fósiles conocidos por los paleontólogos como los depósitos de La Venta


 El desierto de la Tatacoa está flanqueado por dos cordilleras andinas, la Central y la Oriental. Durante el Mioceno medio, la región era un paisaje húmedo de bosques, pantanos y ríos. Cuando los Andes empezaron a emerger hace 10 millones de años, los ríos se cortaron y la región se secó. Los sedimentos que fluían de las montañas en ascenso crearon unas condiciones excepcionales para los fósiles.
Los yacimientos fósiles, conocidos por los paleontólogos como yacimientos de La Venta, ofrecen una rara instantánea de la vida en Sudamérica antes de que los animales de este mundo antes aislado se encontraran con los de Norteamérica en lo que los científicos llaman el Gran Intercambio Biótico Americano. Este tuvo lugar hace unos cinco millones de años, cuando los animales empezaron a desplazarse en ambas direcciones a través del istmo de Panamá, completamente formado. Las aves del terror resistieron varios millones de años más antes de extinguirse, probablemente superadas en la competencia por recursos por los grandes felinos y los cánidos.
 
Cuando Link llamó por primera vez en relación con el espécimen de Perdomo, Federico Degrange, paleontólogo del organismo científico argentino CONICET y quien es la autoridad mundial en aves del terror, no necesitó ir a Colombia para saber que estaba ante algo extraordinario.
A partir de las imágenes tridimensionales que envió Link, Degrange determinó que el fósil procedía de un ave al menos un 10 por ciento mayor que las dos mayores especies de aves cursoras, o corredoras, del terror conocidas hasta la fecha: Titanis walleri, de Norteamérica, y Kelenken guillermoi, de la Patagonia.

Degrange no estaba seguro de si se trataba de un Titanis o un Kelenken extragrande, o si era una especie nueva, aunque sospechaba que era nueva. Sorprendentemente, el hueso de la pata también tenía marcas de una mordedura de cocodrilo. No estaba claro si el ave terrorífica había muerto en combate o si el cocodrilo se había topado con sus restos.


El concepto artístico de Phorusrhacidae, la familia mejor conocida como las aves del terror.Credit...H. S. Druetta

Una reconstrucción de Titanis Walleri está expuesta en el Museo de Historia Natural de Florida. Los fósiles de aves del terror se han descubierto en el Cono Sur y en Florida y Texas. Pero hasta ahora, no se habían encontrado entre esas dos regiones.Credit...Millard H. Sharp/Science Source

 
El hallazgo ofrece una nueva perspectiva sobre el ecosistema de La Venta, dijo Degrange, que es el autor principal, junto con Link y Perdomo, de un nuevo artículo que describe el fósil, publicado en la revista Papers in Paleontology.

Perdomo mostrando la parte de la pierna análoga a la del fósil del ave del terror.


 “Era un superdepredador”, dijo Degrange. “Prefería las zonas abiertas. Antes de este descubrimiento, la mayoría de los restos de La Venta indicaban que se trataba de un entorno de bosque tropical. Esto sugiere que se trataba de una mezcla de zonas abiertas, arbustos y bosques”, algo muy parecido a lo que ocurría en el sur de Argentina durante el Mioceno medio.
Siobhan Cooke, paleontóloga de la Universidad Johns Hopkins que también es autora del trabajo, dijo que el hallazgo “confirma que las aves del terror formaron parte de la comunidad faunística de La Venta durante algún tiempo, no algo pasajero”. Los fósiles hallados en Texas y Florida, en otras palabras, “no eran aves de la Patagonia que decidieron caminar 8000 kilómetros hacia el norte”.
El enorme tamaño de esta ave “también nos habla de los niveles tróficos” —o la cadena alimentaria— “presentes en La Venta, y de las presiones selectivas que permitirían un tamaño corporal cada vez mayor”, dijo Cooke.
 
Thomas LaBarge, investigador de la Universidad de Indiana Bloomington que no participó en este trabajo, publicó recientemente un estudio sobre la evolución del tamaño en las aves del terror. Utilizando medidas de todos los fósiles que pudo identificar, trató de discernir qué factores habían contribuido a sus enormes proporciones.
La expansión de las praderas abiertas durante el Mioceno medio se considera desde hace tiempo uno de esos factores, junto con la ausencia de grandes mamíferos depredadores. Sin embargo, LaBarge descubrió que no fue solo el entorno y las oportunidades lo que llevó a las aves del terror a convertirse en gigantes, sino también la competencia con otras aves del terror.
“El tamaño corporal controlaba la diversidad de las aves en términos de cuántas especies podían coexistir y qué funciones desempeñaban”, dijo. Dos especies de aves del terror de tamaño similar con el mismo estilo de caza “no podían coexistir durante más de un par de millones de años. Una u otra se extinguiría”.
Para empezar, los fósiles de aves del terror son raros. Encontrar uno tan grande, en un yacimiento en el que nunca se habían registrado, “es increíblemente importante para comprender cómo evolucionaron y se extendieron las aves del terror por América”, afirmó LaBarge.
 
Rumores sobre un cráneo

Vértebras fósiles de cocodrilianos extintos en La Tormenta. Una vez que se etiquete y catalogue, Link y Perdomo esperan que la colección se convierta en un recurso de investigación.


Vértebras fósiles de cocodrilianos extintos en La Tormenta. Una vez que se etiquete y catalogue, Link y Perdomo esperan que la colección se convierta en un recurso de investigación.


 Durante toda una semana de junio, los estudiantes y colegas de Link, procedentes de Bogotá, trabajaron para catalogar los fósiles de Perdomo. Pasaban las tardes encorvados sobre largas mesas en el museo a medio terminar, clasificando y etiquetando mientras ahuyentaban las avispas de sus caras sudorosas.

Mientras los estudiantes se afanaban, Link fue a coger una caja de plástico de entre las pilas. Sacó el fósil de ave del terror, que parecía una nudosa pata de pavo cortada por la mitad. Las hendiduras de la antigua mordedura de cocodrilo parecían dos limpios agujeros perforados.
Después de que su fósil fuera identificado como ave del terror a finales del año pasado, Perdomo recordó algo de su infancia: había visto el cráneo fósil de lo que ahora comprendía que era un ave del terror. Uno de sus primos segundos, con la ayuda de un sacerdote local, lo había desenterrado y llevado al museo de Villavieja.
Perdomo dijo que, teniendo él seis años de edad, era difícil que supiera lo que era el fósil. Pero era evidente que se trataba de algún tipo de ave. El cráneo, con su formidable pico curvado, había permanecido durante meses o quizá más tiempo, sin protección, sobre las mesas abiertas del museo. Y entonces desapareció.
 
Los paleontólogos profesionales confiaban en la memoria de Perdomo; habían confiado en ella durante años para orientar sus búsquedas. “Si César dice que vio un pico, es que lo vio”, dijo Cooke, que ha trabajado en el campo con Perdomo y Link.
 
Muchos antiguos habitantes del desierto recuerdan las expediciones de las universidades Duke y Kyoto con sentimientos encontrados. Los paleontólogos extranjeros habían contratado a los rancheros como ayudantes, pero no habían compartido mucha información con ellos. Se habían llevado fósiles valiosos. El equipo japonés incluso había levantado un espécimen muy grande del suelo con un helicóptero, un incidente tan notorio que los músicos locales escribieron una canción folclórica sobre él.
 
Pero el cráneo del pájaro del terror no pudieron llevárselo los equipos extranjeros, concluyó Link, “porque de ser así, habrían publicado algo”. Entonces, ¿qué pasó con él?
 
Un tormento para toda la vida

Abelardo Soto, primo segundo de Perdomo, describe la criatura prehistórica cuyo cráneo encontró hace más de 40 años. Tenía alas como de cuero y alimentaba a sus crías en los despeñaderos.



Abelardo Soto, primo segundo de Perdomo, vive solo en una granja donde el desierto se encuentra con las estribaciones de las montañas.
Perdomo hizo la recomendación de visitar a su primo, pero advirtió que intentaría esquivar el tema del fósil desaparecido porque la historia le avergonzaba. Y, en efecto, Soto parecía más interesado en pasear por su propiedad con una lima atada a un cordel y colgándola sobre el suelo. Estaba adivinando la presencia de enterramientos indígenas, explicó. “Mira, aquí hay uno”, dijo mientras la lima se balanceaba.
 
Tras insistirle, Soto reconoció haber recogido el cráneo a finales de la década de 1970 o principios de 1980 con su amigo, el sacerdote Jesús Antonio Munar. Lo donaron al museo de Villavieja, un proyecto que él y Munar iniciaron juntos. “Fuimos donando fósiles”, dijo Soto. “Esos fósiles se pusieron en mesitas. Ya después con el asunto de Munar”.
 
Resultó que el sacerdote cazador de fósiles era un militante político que acumulaba armas, guardaba una mini-Uzi en su coche y oficiaba misa con una pistola. Finalmente fue encarcelado por sus actividades. “Después que el cura se fue lo saquearon completico. Todo se lo robaron”, dijo Soto.
oto pasó a describir la criatura prehistórica cuyo cráneo había encontrado. Tenía enormes alas coriáceas, dijo, y alimentaba a sus crías en los acantilados. Al cabo de un rato, quedó claro que Soto creía haber encontrado un pterodáctilo.

Link, a la derecha, Perdomo, al centro, y unos paleontólogos trabajan para desenterrar un fósil de gliptodonte

Piezas pequeñas del gliptodonte en espera de una inspección y etiquetado

Osteodermos, o estructuras óseas de piel, fósiles de la coraza del gliptodonte.


 Parecía inútil intentar averiguar qué había ocurrido con el cráneo del pájaro del terror. Los fósiles, incluso los menos conocidos, se perdían o robaban constantemente. Y en la década de 1980 en Colombia, con gente como Munar desbocada, nadie prestaba atención. Link y Perdomo estaban de acuerdo en que bien podía ser que estuviera bajo la cama de algún ranchero.
Antes de que acabara la semana, Perdomo, Link y sus colegas habían excavado un hermoso gliptodonte fósil casi intacto en un rancho cercano. Parte de su coraza había sobresalido de un arroyo, y los propietarios del rancho lo habían cubierto con la mitad de un bidón de plástico para evitar que sus vacas lo pisaran.
 
Cualquiera que quisiera ver o trabajar con este fósil, o el del pájaro del terror, tendría que venir a La Tormenta, señaló Link, no como en los viejos tiempos, cuando los fósiles buenos salían del país.
Pronto Link y sus estudiantes regresarían a Bogotá, y Perdomo se quedaría solo con sus fósiles. En las noches calurosas, salía al museo y dormía junto a ellos, apenas como cuando era niño. “Así de loco está”, dijo Link con admiración. Y añadió: “Pregúntele por qué llama al museo La Tormenta”.
Perdomo sonrió. No se refería a la violenta tormenta que se llevó el primer edificio, explicó. Se trataba de su relación de toda la vida con los fósiles que le rodeaban.
 
“¿Cómo que está aquí?”, dijo. “¿Cómo que lo estoy lastimando? ¿Cómo lo saco? ¿Cómo lo identifico? Que eso es un tormento para uno”.


De niño, Perdomo dormía con sus fósiles. De adulto, dijo, a veces sigue haciéndolo.






Referencias:

Jennie Erin Smith. Un ave del terror en un desierto colombiano. Fuente: CNN en Español 04.11.2024. (https://www.nytimes.com/es/2024/11/04/espanol/ciencia-y-tecnologia/ave-del-terror-colombia-fosiles.html) [Última consulta 06.11.2024].


Fotografías por Federico Rios.


Para más información por favor consulte:

Degrange, F.J., Cooke, S.B., Ortiz-Pabon, L.G., Pelegrin, J.S., Perdomo, C.A., Salas-Gismondi, R. and Link, A. (2024), A gigantic new terror bird (Cariamiformes, Phorusrhacidae) from Middle Miocene tropical environments of La Venta in northern South America. Pap Palaeontol, 10: e1601. https://doi.org/10.1002/spp2.1601



Todas las imágenes y fotografías aquí publicadas son propiedad de sus respectivos autores.












miércoles, 3 de julio de 2024

Cómo la Extinción de los Dinosaurios Impulsó la Expansión Global de las Uvas ⚒


Un reciente estudio ha revelado que la desaparición de los dinosaurios facilitó la expansión de las uvas a nivel mundial. El impacto del asteroide que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años permitió que nuevas especies de plantas y animales prosperaran en bosques densos y competitivos. Este entorno favoreció a las plantas trepadoras como las uvas, que encontraron en los nuevos bosques tropicales el espacio ideal para crecer y diversificarse.

Investigadores descubrieron semillas fósiles de uva de entre 19 y 60 millones de años en Colombia, Panamá y Perú, marcando el registro más antiguo de esta planta en el hemisferio occidental. Esta nueva especie, llamada Lithouva susmanii, respalda el origen sudamericano del grupo al que pertenece la vid común Vitis. Las investigaciones de campo lideradas por Fabiany Herrera y Mónica Carvalho incluyeron estudios de tomografía computarizada para confirmar la identidad de las semillas.

El estudio de estos fósiles también revela la resiliencia de las uvas, capaces de adaptarse y expandirse a diferentes continentes tras el cambio en los ecosistemas forestales posteriores a la extinción de los dinosaurios. Los científicos buscan ahora más ejemplos fósiles para entender mejor la evolución de las plantas y su capacidad de adaptación en tiempos de cambio climático, ya que el registro fósil muestra que, aunque resistentes, las plantas pueden desaparecer de regiones enteras bajo condiciones extremas.



A continuación la noticia publicada por CNN en Español

Las uvas existen porque los dinosaurios se extinguieron, según una nueva investigación


Imágenes fósiles y una reconstrucción artística muestran Lithouva, la uva fósil más antigua del hemisferio occidental hallada en Colombia, datada hace 60 millones de años. Fabiany Herrera/Pollyanna von Knorring


Las uvas han estado entrelazadas con la historia de la humanidad durante milenios, proporcionando la base para los vinos producidos por nuestros antepasados ​​desde hace miles de años, pero ese podría no haber sido el caso si los dinosaurios no hubieran desaparecido del planeta, según una nueva investigación.

Cuando un asteroide chocó contra la Tierra hace 66 millones de años, acabó con estos enormes y pesados ​​animales y preparó el escenario para que otras criaturas y plantas prosperaran a partir de eso.

Ahora, el descubrimiento de semillas de uva fosilizadas en Colombia, Panamá y Perú que tienen entre 19 y 60 millones de años está arrojando luz sobre cómo estas pequeñas frutas se afianzaron en los densos bosques de la Tierra y eventualmente establecieron una presencia global. Una de las semillas recién descubiertas es el ejemplo más antiguo de plantas de la familia de las uvas que se encuentra en el hemisferio occidental, según un estudio sobre los especímenes publicado el lunes en la revista Nature Plants.

“Estas son las uvas más antiguas jamás encontradas en esta parte del mundo, y son unos pocos millones de años más jóvenes que las más antiguas jamás encontradas en el otro lado del planeta”, dijo la autora principal del estudio, Fabiany Herrera, curador asistente de paleobotánica en el Museo Field en el Centro de Investigación Integrativa Negaunee de Chicago, en un comunicado. “Este descubrimiento es importante porque muestra que después de la extinción de los dinosaurios, las uvas realmente comenzaron a extenderse por todo el mundo”.

Al igual que las pieles blandas de los animales, las frutas reales no se conservan bien en el registro fósil. Pero las semillas, que tienen más probabilidades de fosilizarse, pueden ayudar a los científicos a comprender qué plantas estuvieron presentes en diferentes etapas de la historia de la Tierra mientras reconstruyen el árbol de la vida y establecen historias de origen.

Los fósiles de semillas de uva más antiguos encontrados hasta ahora fueron desenterrados en la India y datan de hace 66 millones de años, aproximadamente en la época de la desaparición de los dinosaurios.

“Siempre pensamos en los animales, los dinosaurios, porque fueron los más afectados, pero el evento de la extinción tuvo un gran impacto en las plantas también”, dijo Herrera. “El bosque se reinició de una manera que cambió la composición de las plantas”.
 
Una búsqueda difícil

El asesor de doctorado de Herrera, Steven Manchester, quien también es autor principal del nuevo estudio, publicó un artículo sobre los fósiles de uva encontrados en la India. Esto inspiró a Herrera a preguntarse dónde podrían existir otros fósiles de semillas de uva, como América del Sur, aunque nunca se habían encontrado allí.

“Las uvas tienen un extenso registro fósil que comienza hace unos 50 millones de años, así que quería descubrir uno de esos en Sudamérica, pero fue como buscar una aguja en un pajar”, ​​dijo Herrera. “He estado buscando la uva más antigua del hemisferio occidental desde que era estudiante universitario”.

Herrera y la coautora del estudio Mónica Carvalho, curadora asistente del Museo de Paleontología de la Universidad de Michigan, estaban haciendo trabajo de campo en los Andes colombianos en 2022 cuando Carvalho descubrió un fósil. Resultó ser un fósil de semilla de uva de 60 millones de años atrapado en una roca, uno de los más antiguos del mundo y el primero encontrado en América del Sur.

“Ella me miró y dijo: ‘¡Fabiany, una uva!’ Y luego la miré y pensé: ‘Dios mío’. Fue muy emocionante”, dijo Herrera.

Aunque el fósil era pequeño, su forma, tamaño y otras características ayudaron al dúo a identificarlo como una semilla de uva. Y una vez de regreso al laboratorio, los investigadores realizaron tomografías computarizadas para estudiar su estructura interna y confirmar sus hallazgos.

Mónica Carvalho sostiene la primera uva del hemisferio occidental recién descubierta en la excavación de Colombia. Fabiany Herrera


Llamaron a la especie recién descubierta Lithouva susmanii, o “uva de piedra de Susman”, en honor a Arthur T. Susman, quien ha apoyado la paleobotánica sudamericana en el Museo Field.

“Esta nueva especie también es importante porque respalda el origen sudamericano del grupo en el que evolucionó la vid común Vitis”, dijo el coautor del estudio Gregory Stull del Museo Nacional de Historia Natural.

Las rocas habían quedado depositadas en antiguos lagos, ríos y entornos costeros, dijo Herrera.

“Para buscar semillas tan pequeñas, partí cada trozo de roca disponible en el campo”, dijo, y agregó que la difícil búsqueda “es la parte divertida de mi trabajo como paleobotánico”.

Alentado por su hallazgo, el equipo realizó más trabajo de campo en América del Sur y Central y encontró nueve nuevas especies de semillas de uva fósiles atrapadas dentro de rocas sedimentarias. Y al rastrear el linaje de las semillas antiguas hasta sus contrapartes de uva modernas, el equipo se dio cuenta de que algo había permitido que las plantas prosperaran y se propagaran.
 
Cómo cambiaron los bosques antiguos

Cuando los dinosaurios se extinguieron, su ausencia cambió toda la estructura de los bosques, planteó el equipo.

“Se sabe que los animales grandes, como los dinosaurios, alteran los ecosistemas que los rodean. Creemos que si hubiera grandes dinosaurios deambulando por el bosque, probablemente estarían derribando árboles, manteniendo efectivamente los bosques más abiertos de lo que están hoy”, dijo Carvalho.

Después de que los dinosaurios desaparecieron, los bosques tropicales crecieron demasiado y las capas de árboles crearon un sotobosque y un dosel. Estos densos bosques dificultaban que las plantas recibieran luz y tenían que competir entre sí por los recursos. Y las plantas trepadoras tenían una ventaja y la usaban para alcanzar el dosel, dijeron los investigadores.

“En el registro fósil, comenzamos a ver más plantas que usaban enredaderas para trepar a los árboles, como las uvas, en esta época”, dijo Herrera.

Mientras tanto, cuando un conjunto diverso de aves y mamíferos comenzaron a poblar la Tierra después de la desaparición de los dinosaurios, probablemente también ayudaron a esparcir semillas de uva.

La resiliencia de las plantas

El estudio de las semillas cuenta una historia sobre cómo las uvas se extendieron, se adaptaron y se extinguieron a lo largo de miles de años, mostrando su capacidad de recuperación para sobrevivir en otras partes del mundo a pesar de desaparecer de América Central y del Sur.

Varios fósiles están relacionados con uvas modernas y otros son parientes lejanos o uvas nativas del hemisferio occidental. Por ejemplo, algunas de las especies fósiles se remontan a uvas que hoy solo se encuentran en Asia y África, pero no está claro por qué las uvas se extinguieron en América Central y del Sur, dijo Herrera.

“Las nuevas especies fósiles nos cuentan una historia tumultuosa y compleja”, añadió. “Normalmente pensamos en los diversos y modernos bosques tropicales como un modelo de ‘museo’, donde todas las especies se acumulan con el tiempo. Sin embargo, nuestro estudio muestra que la extinción ha sido una fuerza importante en la evolución de las selvas tropicales. Ahora necesitamos identificar qué causó esas extinciones durante los últimos 60 millones de años”.

Herrera quiere buscar otros ejemplos de plantas fósiles, como girasoles, orquídeas y piñas, para ver si existieron en antiguos bosques tropicales.

Estudiar los orígenes y las adaptaciones de las plantas en el pasado está ayudando a los científicos a comprender cómo les puede ir durante la crisis climática.

“Solo espero que la mayoría de las semillas de plantas vivas se adapten rápidamente a la actual crisis climática. El registro fósil de las semillas nos dice que las plantas son resilientes pero también pueden desaparecer por completo de todo un continente”, dijo Herrera.



Referencias:

Ashley Strickland. Las uvas existen porque los dinosaurios se extinguieron, según una nueva investigación. Fuente: CNN en Español 03.07.2024. (https://cnnespanol.cnn.com/2024/07/03/uvas-dinosaurios-extinguieron-trax) [Última consulta 06.11.2024].


Para más información por favor consulte:

Herrera, F., Carvalho, M.R., Stull, G.W. et al. Cenozoic seeds of Vitaceae reveal a deep history of extinction and dispersal in the Neotropics. Nat. Plants (2024). https://doi.org/10.1038/s41477-024-01717-9




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sábado, 8 de junio de 2024

El Guardián de los Fósiles de Socha; custodiando un yacimiento del Paleoceno de Colombia ⚒


Byron Benítez es un artista plástico que por más de 25 años se ha dedicado a buscar fósiles (y custodiarlos) en Socha, Boyacá. Sus hallazgos han sido cruciales para paleontólogos como Edwin Cadena, quien investigó los restos fósiles descubiertos por Benítez. Uno de los hallazgos más importantes incluye fragmentos de tortugas gigantes, de aproximadamente 1.5 metros de largo del Paleoceno y Eoceno, lo que indica una amplia conectividad biogeográfica en el norte de Sudamérica hace 57 millones de años.

Benítez vive en una casa-museo llena de fósiles y arte precolombino, heredada de su padre, también artista y aficionado a la paleontología. Sueña con fundar un museo y un parque temático para exhibir sus hallazgos y esculturas de especies fósiles. Además, Benítez ha contribuido significativamente al campo del paleoarte, ilustrando y reconstruyendo detalladamente los fósiles que encuentra. Su trabajo, en colaboración con paleontólogos, busca preservar y comunicar la rica historia de la región.


A continuación la noticia publicada en la Web Mongabay:



La historia del pintor que descubrió fósiles de tortugas gigantes en Colombia


La Cabrerita, sitio en donde se encontraron los fósiles de tortuga. Byron Benitez camina en el fondo. Foto: Edwin Cadena

  • Byron Benítez, pintor y escultor originario del municipio de Socha, ha sido uno de los mayores descubridores de fósiles en el noroeste del departamento de Boyacá, en Colombia.
  • Uno de sus hallazgos más recientes han sido los fósiles de tortugas gigantes que vivieron hace 57 millones de años. Su trabajo ayudó a paleontólogos de la Universidad del Rosario a reconstruir el pasado acuático del norte de Sudamérica.

Byron Benítez ha pasado más de la mitad de su vida escudriñando los cerros del municipio de Socha. Con su bicicleta, cada mañana recorre las veredas del noroeste del departamento de Boyacá, en Colombia, para indagar entre las piedras, en búsqueda de lo que él llama “tesoros”. De profesión es artista plástico, pero desde hace más de 25 años se ha dedicado al rastreo de fósiles que comprueban la existencia de grandes cocodrilos, serpientes, peces y mamíferos que, millones de años atrás, habitaron la zona. “Lo más impactante, que lo mueve a uno, es encontrar algo”, dice el pintor y escultor, y agrega que “uno muchas veces hace recorridos días enteros y no encuentra absolutamente nada, pero en el momento en que hay algo importante, es un sentimiento extraordinario, totalmente único”. 

Paisaje general de los lugares en donde se encontraron los fósiles, en el inicio del Cañon del Río Chicamocha en Socha, Colombia. Foto: Edwin Cadena


Uno de los hallazgos más recientes de Benítez fue investigado por Edwin Cadena, paleontólogo y profesor de la Universidad del Rosario. Unos once años atrás, en el 2013, el pintor encontró fragmentos fósiles, de entre dos y tres centímetros, expuestos por la erosión y las lluvias en la superficie de la localidad de La Cabrerita, en el municipio de Socha. Esas pequeñas pistas lo impulsaron a continuar explorando más arriba . Así dirigió a los paleontólogos hasta encontrar los restos de al menos cuatro tortugas gigantes, de cerca de metro y medio de largo. Su estudio permitió conocer mejor la conectividad entre los ambientes acuáticos del norte de Sudamérica, durante el Paleoceno y el Eoceno, hace unos 57 millones de años. Los resultados del descubrimiento se publicaron en abril del 2024 en la revista de la Asociación Paleontológica Argentina PeAPA. 

Fósil de uno de los caparazones de tortuga Puentemys mushaisaensis, exhibido en el Museo de los Andes de Socha. Foto: Edwin Cadena


Se trata de las tortugas Puentemys mushaisaensis, que anteriormente sólo se habían encontrado en las rocas de la mina de carbón El Cerrejón, en el departamento de La Guajira. ¿Cómo es que estas tortugas aparecieron en Socha, a más de 500 kilómetros al sur de aquel sitio? De acuerdo con la publicación liderada por Cadena, el hallazgo indica una distribución biogeográfica más amplia de la herpetofauna del Paleoceno en el norte de América del Sur, posiblemente facilitada por una topografía baja y la conectividad de ecosistemas a través de un corredor faunístico que facilitó la migración de estos vertebrados. “La única forma para que una tortuga acuática de 1.5 metros logre desplazarse, es que haya conectividad de los ambientes. Estas tortugas no podían escalar montañas y bajar nuevamente al otro lugar; eso nos habla de la conectividad de los ambientes del norte de Sudamérica, en ese momento, con un sistema conectado principalmente por lagos o ríos grandes”, explica Cadena. 

Reconstrucción de como lucía el norte de Sudamérica, lo que hoy es Colombia, hace 57 millones de años. Muestra montañas bajas y un sistema de lagos que generaba un corrector faunístico entre algunas partes, al norte Cerrejón y al centro Socha. Ilustración: Juan Giraldo.


La primera impresión de Edwin Cadena, quien ha hecho trabajo paleontológico por más de dos décadas no sólo en Colombia, sino en Panamá, Ecuador y Venezuela, fue que los fósiles de tortuga que había encontrado Byron Benítez estaban demasiado bien conservados. Incluso más que los que él mismo había descubierto y descrito años atrás en la mina de carbón El Cerrejón. Luego, le llamó particularmente la atención la similitud que tenían las formas de los caparazones y los huesos entre uno y otro hallazgo. “Pero a diferencia de los fósiles de El Cerrejón, la preservación de los fósiles en Socha es exquisita. Aspectos como las suturas —como llamamos en paleontología a la conexión entre un huesito y otro—, se veían perfectas. Las marcas que dejan los escudos de queratina, que ya no están, pero que quedan sobre el hueso, estaban muy bien preservadas”, describe Cadena. 


Vista del caparazón (parte de arriba) de uno de los especímenes de Puentemys mushaisaensis, encontrados en Socha. Foto: Edwin Cadena


Así empezó el trabajo entre el pintor y el paleontólogo. Juntos volvieron a las localidades donde Benítez había colectado los fósiles, pues era importante saber exactamente de qué rocas venían. “Necesitábamos saber los contextos estratigráficos —es decir, qué capa de roca está arriba y qué capa está abajo—, porque eso nos da una idea de los ambientes y de la posible edad. Ahí empieza todo el trabajo que se plasma en esta publicación que recientemente hicimos”, agrega Cadena. 


Convivir con fósiles 

La casa en la que Byron Benítez vive con su familia, en Socha, se ha ido convirtiendo en un museo donde sus habitantes conviven diariamente con fósiles y momias. Esa casa grande y de estilo colonial perteneció a su padre Antonio María Benitez, quien la convirtió en una especie de anticuario —describe el pintor—, con sus primeros hallazgos precolombinos guardados dentro de baúles y armarios. El padre de Benítez también fue artista plástico y aficionado a la Paleontología, uno de los pioneros del arte primitivista en el país, por lo que queda claro de dónde heredó sus pasiones e intereses. 

Byron Benítez y una reconstrucción prehistórica con especies faunísticas del periodo Paleogeno, halladas en Socha, Boyacá. Foto: Byron Benítez


No fue sino hasta 1969, con motivo de la conmemoración del Sesquicentenario de la Independencia de Colombia, que Benítez padre logró ampliar algunas habitaciones para convertirlas en tres salones, equipados con algunas vitrinas para organizar de manera más eficiente las colecciones y así poder mostrarlas al público, en el que hoy se conoce como el Museo de los Andes de Socha. Su hijo —ahora de 56 años— se ha encargado de mantener y perfeccionar lo que él dispuso.

Byron Benítez junto a la escultura de un mastodonte, dentro del Museo de Los Andes de Socha, Boyacá. Foto: Byron Benítez


 “Mis hijas ya se acostumbraron a vivir de esta manera: a cinco metros de la cama tenemos la momia de un niño y, a dos metros al lado, las tortugas que se hallaron”, ríe Byron Benítez. “De pronto, la gente piensa que siempre está abierta al público, pero depende de la disponibilidad que uno tenga. Cuando llegan visitas, nos toca guardar muchas cosas, porque tenemos hasta el televisor junto a las cosas precolombinas. Así es como compartimos el museo con nuestra casa de familia”. 

Proceso de reconstrucción de la especie de la especie Crocodyliforme, hallada en Socha, Boyacá. Foto: Byron Benítez


Aunque la casa-museo ha logrado mantener sus colecciones con altos estándares en cuanto a cápsulas de protección, iluminación y etiquetas museológicas, el gran sueño de Benítez es fundar un museo y un parque temático en donde pueda exhibir tanto las colecciones existentes, como una serie de esculturas representativas de cada fósil encontrado en Socha. El espacio físico ya existe, lo que necesita es conseguir el dinero para empezar a construir la infraestructura. “Ya tengo la primera pieza para el parque: un cocodrilo que empecé a construir”, dice Benítez con emoción. Quiero reconstruir en escultura todas esas especies encontradas en el municipio y, por qué no, del departamento. No tenemos una iniciativa así en el país; se ha hecho de manera muy comercial, pero un parque con sustento científico sería el sueño”. 

Byron Benítez junto a una escultura de la especie Crocodyliforme, en el lugar donde se proyecta crear un parque temático en el municipio de Socha, Boyacá. Foto: Byron Benítez


Las tortugas gigantes de Socha 

Bothremydidae fue uno de los grupos de tortugas de cuello lateral más diversos y extendidos durante el Cretácico y parte del Paleógeno. De acuerdo con la investigación, en América del Sur, el registro Paleógeno de los bothremididos se limita a Puentemys mushaisaensis, ubicada po primera vez en la Formación Cerrejón del Paleoceno medio–tardío, en Colombia; Inaechelys pernambucensis del Paleoceno de Brasil; y Motelomama olssoni del Eoceno temprano en Perú. “Los caparazones que hemos encontrado en Socha son de aproximadamente 1.5 metros, teniendo en cuenta que la tortuga más grande que vive hoy en día en Sudamérica alcanza los 80 centímetros. Es decir, es el doble del tamaño de algunas de las tortugas que habitan actualmente en el río Amazonas o en el Orinoco. Pero no sólo se trata del tamaño, sino que también es un grupo extinto y que fue muy diverso durante el Cretácico, justo después de la extinción de los dinosaurios. Su particularidad es la circularidad de su caparazón, parece casi un círculo, y eso la hace única en el proceso evolutivo de las tortugas”, explica Edwin Cadena. 

Dimensiones de los fósiles de tortugas gigantes. Imagen: Cortesía de Universidad del Rosario


Las muestras fósiles que se recolectaron para hacer el estudio, a lo largo de una década, fueron al menos 58 e incluyen caparazones casi completos y huesos aislados. El estudio describe que, en el caso de los huesos aislados, para establecer cuántos de ellos representan individuos únicos, consideraron el tamaño y la singularidad del hueso en el caparazón. Es decir, en el caparazón sólo hay un hueso nucal, que sólo puede corresponder a un único individuo. Aunque puede surgir cierta incertidumbre con otros huesos, los especialistas confían en haber logrado la identificación de al menos 21 individuos en diversas etapas de vida, incluidas crías, juveniles y adultos. 

Especímenes de Puentemys mushaisaensis, encontrados en Socha. Figura: Wider paleogeographical distribution of Bothremydid turtles in northern South America during the Paleocene–Eocene, Cadena et al.


Benítez se encargó de preparar los ejemplares, utilizando una pluma de aire comprimido para limpiarlos. Para los caparazones casi completos utilizó yeso para rellenar los espacios faltantes. Finalmente, colocó estructuras metálicas en algunos de los fósiles con fines de exposición. “Ha hecho un trabajo muy delicado”, afirma Edwin Cadena sobre el trabajo de Byron Benítez. “A veces encontramos gente a la que le gustan los fósiles, pero terminan dañándolos por su falta de conocimiento. Pero no es el caso de Benítez: con su lado artístico, aferrado a la apreciación de los fósiles, ha logrado un proceso de curación, de limpieza y de armado excelentes”, sostiene el experto. 

Vista del plastrón (pecho de la tortuga) de uno de los especímenes de Puentemys mushaisaensis, encontrados en Socha. Boyacá. Foto: Edwin Cadena


 Y no sólo eso. Benítez ha jugado un papel crucial en la reconstrucción de los fósiles a través del paleoarte, la disciplina que une al arte con la ciencia para ilustrar animales prehistóricos y los hábitats en los que vivieron antes de su extinción. “Lo hago tomando los fósiles de mayor interés. Se va haciendo un dibujo hiperrealista, para tomar cada detalle de la textura y la forma. Luego se ilustra el paisaje, adhiriendo otras especies que van apareciendo. La pintura te da la facilidad de corregir lo que se necesite”, explica Benítez. 

Reconstrucción prehistórica con especies faunísticas del periodo Paleogeno, halladas en Socha, Boyacá. Las tortugas gigantes aparecen en la zona inferior izquierda. Foto: Byron Benítez


La carrera de Benítez, desde que recuerda, ha sido desesperada y contra el tiempo. En el sitio donde se dedicó por décadas a explorar fósiles, también existió una gran industria dedicada al acopio de carbón. “Yo quería recuperar lo más que pudiera, antes de que terminara la destrucción grandísima en ese lugar. Por las mañanas, salía y me olvidaba del resto. Si encontraba algo, tenía que actuar cuanto antes, porque el lugar estaba expuesto a que llegara una retroexcavadora y acabara con todo. Tocaba actuar a contrarreloj. En este momento, todo está prácticamente destruido; sólo quedan algunos fragmentos, porque la zona con mayor potencial ya no existe”, se lamenta Benítez. 

Rocas en donde aparecieron los fósiles en la zona de Socha, Boyacá. Foto: Edwin Cadena


 Para él y para Edwin Cadena, es importante reconstruir el pasado. Hablarle a la gente de lo que fue la Tierra hace millones de años, también explica lo que es la Tierra en nuestros días. “Siempre hemos soñado con viajar en el tiempo”, concluye Edwin Cadena. “Los fósiles son eso, una máquina para viajar en el tiempo, porque a través de ellos —como en este caso—, podemos irnos 57 millones de años atrás y tratar de entender cómo lucía un entorno, cómo era lo que hoy es Colombia. Eso es lo más fascinante: conocer la maravillosa historia de la vida en la Tierra”.

Byron Benítez durante el proceso de elaboración de una escultura de Carnotauro. Foto: Byron Benítez


Referencias:

Astrid Arellano. La historia del pintor que descubrió fósiles de tortugas gigantes en Colombia. Fuente: Web Mongabay 07.06.2024. (https://es.mongabay.com/2024/06/pintor-descubrio-fosiles-tortugas-gigantes-colombia/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR3jeNbXdAqqZZ-mwCqgWY9P1Pq5qpIgdc7jFpb7FVhkKWbcfu9bDEngnoA_aem_a3AmvYIAGFbceHzVlCzFkA) [Última consulta 30.06.2024].




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martes, 19 de marzo de 2024

Nuevo yacimiento paleontológico en Toca, Boyacá, saca a la luz una paleofauna que habitó los mares de Colombia hace 80 millones de años ⚒



El pasado 4 de marzo, el geólogo y paleontólogo colombiano, Javier Luque, junto con el Servicio Geológico Colombiano (SGC) y un equipo internacional de científicos, se dirigieron a Toca, un pequeño municipio boyacense, para investigar los depósitos de preservación excepcional de invertebrados marinos en el subsuelo. Durante dos semanas, este equipo de doce científicos recolectó muestras y realizó un inventario detallado de las mismas para iniciar un estudio en profundidad sobre la biodiversidad marina de Colombia hace 80 millones de años.

Durante la excavación, descubrieron al menos 30 nuevas especies que habitaron Colombia en el pasado, destacando la riqueza paleontológica de Boyacá y su importancia para comprender la historia de los organismos en el país. Se plantea la pregunta sobre qué condiciones del período Cretácico permitieron esta preservación única, especulando si fueron fondos con poco oxígeno o la escasa actividad carroñera.

Luque señala la rareza de esta área en Toca, ya que contiene fósiles raramente preservados, como estrellas de mar y erizos marinos completamente articulados, gusanos marinos y crustáceos con ojos. Este tipo de depósitos excepcionales se han encontrado principalmente en latitudes medias a altas, pero poco se ha documentado en los trópicos.

El Servicio Geológico Colombiano destaca la importancia de este descubrimiento y su apoyo al trabajo de Luque, enfatizando la necesidad de investigar, conservar y proteger el patrimonio geológico y paleontológico de Colombia.

El próximo 20 de marzo, Luque presentará los detalles del descubrimiento y la excavación de nuevas áreas paleontológicas en Colombia en una charla en el auditorio del SGC en Bogotá".



A continuación la noticia publicada por el periódico El Espectador:


Descubrieron un lugar en Boyacá rico en fósiles marinos que habitaron en el pasado

Durante dos semanas, un grupo de científicos nacionales e internacionales, liderados por un paleontólogo colombiano, estudiaron este lugar y encontraron alrededor de 30 especies nuevas que habitaron en el pasado.

El pasado 4 de marzo, el geólogo y paleontólogo colombiano, Javier Luque, el Servicio Geológico Colombiano (SGC), y un equipo de científicos nacionales e internacionales, llegaron hasta Toca, un pequeño municipio boyacense ubicado a 26 kilómetros de Tunja. El motivo de la vista era describir y caracterizar por primera vez, los depósitos de preservación excepcional de invertebrados marinos que se encuentran escondidos en el subsuelo de este lugar. 

Durante dos semanas, el equipo de doce científicos, integrado por colombianos, ingleses, canadienses e irlandeses en universidades de Estados Unidos, Alemania, Suiza, Colombia, y Panamá, colectaron, rotularon, y realizaron un inventario detallado de las muestras con sus respectivos metadatos, con los que iniciarán el estudio en detalle para obtener respuestas sobre el pasado y presente de los trópicos, y en especial, sobre cómo era la biodiversidad de los mares de Colombia hace 80 millones de años. 


En las dos semanas que duró la excavación, el grupo descubrió al menos 30 nuevas especies que habitaron Colombia en el pasado, lo que demuestra la riqueza paleontológica de Boyacá y su importancia para ayudar a entender los organismos del pasado. La pregunta que ahora deberán resolver es: ¿Qué pasó en el periodo Cretácico que permitió este tipo de preservaciones únicas? ¿Había fondos con poco oxígeno, o fue más bien la poca actividad carroñera? 




 “Colombia ha sido un país tropical desde hace más de 150 millones de años, pero no sabemos mucho de ese pasado paleontológico. Lo excepcional de esta nueva área que descubrimos en Toca es que contiene fósiles que raramente se preservan”, sostiene Luque.

Dentro de las especies que encontraron se encuentran estrellas de mar y erizos de mar completamente articulados con sus espinas, gusanos marinos de cuerpo blando con tejidos nerviosos y musculares, y crustáceos con ojos. “Eso es una rareza en el mundo. Depósitos con preservación excepcional se han identificado en latitudes medias a altas, en países como Canadá, Europa, Argentina o Australia, pero poco o nada en los trópicos actuales”, agrega el geólogo. 

“Para el Servicio Geológico Colombiano, como institución encargada de investigar, conservar y custodiar el patrimonio geológico y paleontológico de la Nación, es muy gratificante apoyar el trabajo de científicos como Luque, quien siempre se ha destacado por notificar sus actividades a la Entidad y entregar los fósiles que recoge en sus excavaciones al Museo Geológico Nacional “José Royo y Gómez”. Nuestra participación en estos escenarios es clave porque nos permite avanzar no solo en el conocimiento de nuevas áreas, sino también en su protección para las futuras generaciones”, afirma Victoria Corredor, Coordinadora del Museo Geológico Nacional. 

El próximo 20 de marzo, el paleontólogo dará a conocer los detalles del descubrimiento y excavación de nuevas áreas paleontológicas en Colombia, en una charla que se llevará a cabo en el auditorio Benjamín Alvarado Biester del SGC en Bogotá."



Referencias:

Redacción Ciencia. Descubrieron un lugar en Boyacá rico en fósiles marinos que habitaron en el pasado. Fuente: Periódico El Espectador 19.03.2024. (https://www.elespectador.com/ciencia/toca-boyaca-descubrieron-un-nuevo-lugar-rico-en-fosiles-marinos-que-habitaron-en-el-pasado/?fbclid=IwAR2YMvVq9DygkFcnF58Le1yFZFuLQ8PLO-yJA6q57JRHSEMYexYZx4l-GCk) [Última consulta 20.03.2024].



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jueves, 14 de marzo de 2024

Registros en Colombia de plantas que convivieron con los dinosaurios hace 120 millones de años ⚒


Una reciente una investigación sobre fósiles vegetales en Colombia, revela hallazgos significativos sobre la flora del pasado. En particular, se ha identificado una diversidad de plantas, incluyendo posibles registros de Pentoxylales y Gnetales, grupos no previamente documentados en Colombia. La mayor parte de estos fósiles provienen de la Formación Paja, ubicada entre Cundinamarca, Santander y Boyacá.

El estudio, liderado por el investigador Héctor Daniel Palma Castro, analizó más de 300 fósiles de plantas de hace millones de años, encontrando al menos 45 grupos morfológicamente distintos. Se destaca la presencia predominante de coníferas, en particular de la familia Araucariaceae. Se reporta también la posible presencia de Pentoxylales y Gnetales, grupos poco comunes en Suramérica y previamente desconocidos en Colombia.

Los resultados sugieren la existencia de un bosque abundante cercano a las costas colombianas en el pasado, aunque su ubicación exacta aún no está determinada. La utilización de la microtomografía de rayos-X permitió un análisis más detallado de los especímenes, revelando información valiosa sobre su morfología interna.

Este estudio proporciona nuevos conocimientos sobre la diversidad y distribución de la flora en el pasado geológico de Colombia, contribuyendo a comprender mejor la evolución de los ecosistemas en la región.


A continuación la noticia publicada por la agencia UNAL


“Cuando los más temidos dinosaurios aún caminaban por la tierra, había un grupo de plantas que resistieron todas las extinciones masivas, y que posiblemente habitaban zonas como las costas del país. Sin embargo, aún es poco lo que se conoce, por lo que se realizó la primera gran clasificación y reclasificación de 234 fósiles alojados en colecciones de museos y universidades, encontrando posibles registros de Pentoxylales y Gnetales, grupos que habitaban lugares como Nueva Zelanda, la Antártida, India o África, y que en Colombia no se tenían registradas. En Santa Rosa de Cabal (Risaralda), hoy todavía existen árboles de la familia Araucariaceae.



 
La huella de los fósiles siempre permanece: un hueso, un tejido, una hoja u otro elemento de un animal o planta que se preservó en las rocas o sedimentos en donde habitaban. En el caso de las plantas gracias a que el carbono genera una especie de capa con su forma hizo que perdurara su composición.

Hay zonas que son ricas en estos fósiles, que son el lugar preferido de los paleobotánicos, una disciplina con mucho por aportar en el país encargada de descubrir cómo eran estos arbustos, árboles y demás integrantes del reino vegetal hace millones de años. Entre ellas la Formación La Paja, unas rocas localizadas entre los departamentos de Cundinamarca, Santander y Boyacá, este último con municipios como Sutamarchán, Sáchica y Villa de Leyva, en la región del Alto Ricaurte.

Pero hace décadas que, el estudio de esta unidad geológica, se ha concentrado en los grandes reptiles marinos que había en su momento, entre ellos grandes depredadores como los pliosaurios o los ictiosaurios; dejando de lado la flora de la época, en especial la del Cretácico Inferior (Periodo Barremiano y Aptiano), que abunda entre las rocas que reposan en este lugar del altiplano cundiboyacense.

Por lo que el investigador Héctor Daniel Palma Castro, magíster en Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), les plantó cara a estos vacíos geológicos, y se encargó de analizar más 300 fósiles de plantas de hace millones de años (al final fueron 234 seleccionados), de seis colecciones, como por ejemplo, la del Museo Paleontológico de Villa de Leyva, el Servicio Geológico Colombiano, y de la UNAL, tanto en la Sede Medellín, como en la del Padre Gustavo Huertas en el Departamento de Geociencias de la Sede Bogotá.

Se encontraron por lo menos 45 grupos de características morfológicas distintas, es decir, plantas que tenían diferencias en cuanto a la forma y tamaño de sus hojas, ramas, órganos reproductivos, y demás estructuras. Teniendo como grupo de especies predominante a las coníferas (más de la mitad de los grupos), con representantes de la familia Araucariaceae como principal componente de la flora, árboles de larga vida que puede llegar hasta los 65 metros de alto, y que hoy todavía viven en zonas como Santa Rosa de Cabal (Risaralda), que tiene un parque nombrado en su honor.

Además de estas especies de pinos que sobrevivieron millones de años y que formaban parte del paisaje de dinosaurios como el Padillasaurus leivaensis (primera especie de dinosaurio nombrada en Colombia), que eran herbívoros; se reportó la posible presencia de Pentoxylales y Gnetales, dos grupos de plantas poco comunes en Suramérica, y que en Colombia no se tenían registradas. El primero ya se extinguió y habitaba zonas como la India, Nueva Zelanda o la Antártida.
 



No obstante, como indica Palma que del segundo grupo aún sobrevive en algunas zonas del mundo algo restringidas, y tiene características muy interesantes, pues comparte rasgos tanto de las angiospermas (plantas que pueden dar flores y frutos), como las gimnospermas (solo dan semillas). Esto podría dar pistas sobre cómo estas especies se fueron desplazando a lo largo de los continentes.

“En el caso de las coníferas, se puede generar la hipótesis de que había un bosque abundante cerca a las costas del país, no se sabe específicamente donde, pero el rastro que se tiene en las rocas de Villa de Leyva sería un indicio de que se desplazó del continente hasta allí en un mar hace millones de años”, indica el magíster en Biología quien trabajó con la guía de los profesores Petter Lowy, exdirector del museo paleontológico de Villa de Leyva, y Fabiany Herrera, del Field Museum, Centro de Investigación Integrativa Negaunee (Chicago).

En el análisis morfológico se implementó una novedosa técnica llamada microtomografía de rayos-x, que permitió estudiar más a fondo el interior de uno de los especímenes del presunto Gnetales; no obstante, solo se realizó en esta muestra, pues en Colombia no se cuenta con la tecnología para realizar el procedimiento, por lo que se envió a la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, con la que el investigador ha colaborado en otros proyectos.

“La gran mayoría de rocas en las que se alojaban las plantas de esta época eran lodolitas, concreciones o acumulaciones de fragmentos del fondo del mar, que conservan los fósiles en distintas capas de protección, casi permitiendo que se quedaran conservados en tres dimensiones dentro de los sedimentos”, puntualiza”.


Referencias:

Plantas que convivían con los dinosaurios hace 120 millones de años sobrevivieron y hay registros en Colombia. Fuente: Agencia UNAL 14.03.2024. (https://agenciadenoticias.unal.edu.co/detalle/plantas-que-convivian-con-los-dinosaurios-hace-120-millones-de-anos-sobrevivieron-y-hay-registros-en-colombia) [Última consulta 20.03.2024].


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Primer Registro de un «Ave del Terror» en Colombia: Un Superdepredador de hace 13 Millones de años ⚒

Se registra por primera vez la presencia de «aves de terror» (Phorusrhacidae) en el Mioceno Medio de Colombia. El hallazgo consiste en un fr...