Investigadores
de la Universidad del Rosario y la Universidad de Zurich (Suiza) identificaron
por primera vez en Colombia el fósil de un tiburón que vivió en el norte de
Sudamérica hace aproximadamente 135 millones de años. La especie bautizada con
el nombre de ‘Strophodus rebecae’, medía entre cuatro y cinco metros, y fue
hallada en el municipio de Zapatoca, departamento de Santander.
El
descubrimiento, publicado en la revista científica PeerJ, permite estudiar cómo
era el ecosistema del mar cretáceo de Colombia, los predadores y presas que lo
habitaban.
Los
paleontólogos Edwin Cadena, de la Universidad del Rosario, y Jorge Carrillo, de
la Universidad de Zurich en Suiza, trabajaron cerca de diez años en la zona
para concretar el descubrimiento. Cadena también descubrió en 2020 los primeros
fósiles de un pterosaurio en el país, reptiles voladores de la Era Mesozoica
que se hicieron famosos con la película Jurassic Park.
Los fósiles
están en la Universidad del Rosario en Bogotá y hacen parte de su colección
paleontológica, mientras se construye un museo en Zapatoca con las condiciones
para exhibirlos.
Para más información por favor consulte: Carrillo-Briceño
JD, Cadena E. 2022. A new
hybodontiform shark (Strophodus Agassiz 1838) from the Lower Cretaceous
(Valanginian-Hauterivian) of Colombia. PeerJ 10:e13496 https://doi.org/10.7717/peerj.13496
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El
descubrimiento de paredes verticales con pinturas rupestres de grandes
criaturas alimenta una polémica sobre la megafauna prehistórica.
Hace más de
10,000 años, perezosos gigantes, gliptodontes, caballos prehistóricos y otras
especies representativas de la megafauna de finales del Pleistoceno coexistían
en lo que hoy es la Amazonía colombiana.
No sólo eso: un
nuevo estudio sugiere que los humanos que se establecieron en la región no sólo
interactuaron con la megafauna prehistórica, también plasmaron algunas especies
hoy extintas en arte rupestre recientemente encontrado en la Serranía de la
Lindosa, en los límites de la selva amazónica.
Juancho Torres/Anadolu Agency via Getty Images
Tal es la
conclusión de José Iriarte, arqueólogo de la Universidad de Exeter y líder del
equipo que en 2019 descubrió un conjunto de paredes a unos 200 kilómetros del
Parque Nacional Serranía de Chiribiquete, donde se encontraron las primeras
pinturas rupestres de la región en 1986.
A través de los
12 kilómetros de paredes verticales, las pinturas rupestres de la Serranía de
la Lindosa sorprendieron al equipo por su perfecto estado de conservación.
Además de escenas de la vida cotidiana de quienes posiblemente fueron los
primeros humanos contemporáneos en llegar a la selva amazónica y huellas
humanas de hace más de 12,000 años, Iriarte asegura que las pinturas rupestres
del sitio representan un retrato fiel de la fauna amazónica, tanto actual como
extinta.
De perezosos gigantes a capibaras
Juancho Torres/Anadolu Agency via Getty Images
Los trazos dejan
entrever aves y tortugas que aún forman parte de las especies animales que
habitan la selva tropical más grande del mundo; sin embargo, el estudio
publicado en Philosophical Transactions of the Royal Society B ha levantado polémica
entre arqueólogos y paleontólogos al sugerir que las paredes también
representan a perezosos gigantes, además de elefantes y caballos prehistóricos.
La imagen más
popular retomada en el estudio (en portada de este artículo) muestra lo que
parece ser un perezoso gigante acompañado de su cría frente a un grupo de
humanos. Si ambos elementos fueron trazados a la misma escala, la criatura
duplica la proporción de nuestra especie, una premisa que apoya la noción de
Iriarte y compañía.
No obstante, la
identificación de especies extintas a partir de pinturas rupestres es una
práctica polémica debido a la falta de pruebas que permitan sustentar esta
hipótesis. Si bien el equipo estima que las pinturas de la Serranía de la
Lindosa tienen entre 12,000 y 8,000 años de antigüedad, en ausencia de una
datación que permita estimar con precisión cuándo fueron realizadas, otros
expertos no involucrados en el estudio creen que las pinturas son mucho más
recientes de lo que se cree, una forma de explicar parcialmente su estado de
conservación.
Según esta
hipótesis, los animales representados no serían parte de la megafauna
prehistórica que sucumbió en los últimos 10,000 años, sino especies conocidas
en la actualidad como tapires, capibaras y hasta caballos que llegaron junto
con los europeos a América.
Para más información por favor consulte: Iriarte José,
Ziegler Michael J., Outram Alan K., Robinson Mark, Roberts Patrick, Aceituno
Francisco J., Morcote-Ríos Gaspar and Keesey T. Michael. 2022 Ice Age megafauna rock art in the Colombian
Amazon? Philosophical Transactions of the Royal Society B. 377: 20200496. http://doi.org/10.1098/rstb.2020.0496
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Un equipo de
científicos hizo un hallazgo sin precedentes: encontró evidencia de rastros
fósiles de plantas de páramo en la Amazonía. Su investigación muestra que hay
una conexión vital entre esta región y los Andes, pero que ahora los humanos
estamos destruyendo.
Reconstrucción del ambiente, flora y fauna en el sistema Pebas. Cortesía Carina Hoorn
Hace casi quince
millones de años, la densa selva amazónica que conocemos lucía muy diferente.
Era un gran sistema de humedales, conocido como el sistema Pebas, que alcanzó a
ocupar más de un millón de kilómetros cuadrados. En lo que hoy es Caquetá
confluían agua dulce, agua de mar, palmas, manglares, helechos y bosques.
También había una diversidad inmensa de moluscos, caracoles, reptiles y peces.
Se estima que albergaba el conjunto de cocodrilos más diverso de todos los
tiempos; algunos medían hasta doce metros.
“Era un pantanal
que no tiene comparación con el mundo actual”, asegura Carina Hoorn, geóloga,
paleoecóloga y una de las pupilas del reconocido botánico Thomas van der
Hammen. Llegó desde Holanda a Colombia en 1985 y, desde entonces, de la mano de
científicos colombianos, no ha parado de reconstruir la historia natural de la
Amazonia mediante el estudio de los sedimentos, las rocas y el polen fósil.
Palinología se llama esta disciplina en la que, utilizando fósiles de polen de
hace millones de años, recogidos de los sedimentos, logran reconstruir cómo
cambian los ambientes, la vegetación y los ecosistemas.
Junto a un
equipo multidisciplinario, publicaron en la última edición de la revista Global
and Planetary Change un artículo en el que buscaban describir el sistema Pebas.
La investigación les dio la posibilidad de imaginar cómo era ese ambiente, qué
había ahí, cuál era su vegetación y su fauna y cómo cambiaba con el paso del
tiempo. Lo primero que encontraron fue que los grandes ciclos astronómicos,
influenciados por los cambios en la órbita terrestre o por el cambio de
inclinación de la Tierra, también han incidido y controlado este sistema de
humedales en la mitad de la Amazonia, en pleno trópico.
“Aunque uno
podría pensar que el trópico es muy estable, lo cierto es que está altamente
influenciado por los cambios en el clima. Y esas variaciones en el clima están
relacionadas con grandes fuerzas astronómicas, que son las que también marcan
las grandes eras glaciales e interglaciales”, asegura Giovanni Bogotá, biólogo,
docente de la Universidad Distrital y coautor del artículo.
Afloramiento en el punto Los Chorros, en la Amazonia colombiana. / Carina Hoorn
El nivel del mar
y el clima influían en las épocas de inundación del pantano, en la entrada de
agua salobre hasta la Amazonia y, por ende, en la vegetación que predominaba en
el sistema Pebas. Pero con esta investigación se encontraron muchas más sorpresas.
“Cada centímetro de sedimento aporta una ventana de tiempo, como si fuera una
fotografía de lo que pasaba en esos años. Así podemos reconstruir la historia”,
asegura Bogotá, también estudiante de Van der Hammen. Estudiando los sedimentos
de un lugar conocido como Los Chorros (un acantilado de 35 metros cerca a
Puerto Nariño), en la Amazonia colombiana, abrieron una ventana al pasado.
Reconstruyeron la flora y fauna del pantano, pero también de las montañas de
los Andes.
Rastros de páramos y manglares
Cada planta
tiene un grano de polen distinto. Los granos de polen, además, son muy
resistentes al tiempo y a la exposición a diferentes condiciones ambientales,
por lo que encontrarlos como fósiles en los sedimentos no es tan extraño. En
los sedimentos de los suelos de la Amazonia se pudo comprobar que al menos hace
quince millones de años ya existían en nuestras montañas algo muy parecido a un
páramo, un “protopáramo”, señalan los investigadores.
“Durante años,
la pregunta de cuándo se levantó y alcanzó su altura la cordillera de los Andes
le ha dado vueltas en la cabeza a los geólogos, biólogos e investigadores”,
asegura Catalina González, directora del Grupo de Investigación Palinología y
Paleoecología Tropical de la U. de los Andes y coautora del artículo. “Hasta
ahora, los primeros indicios que teníamos de la existencia de los páramos eran
mucho más jóvenes: de hace cinco millones de años o, según la mayoría de
evidencia, de hace dos millones de años”, explica.
Por eso, encontrar
evidencia de que hace quince millones de años ya existían unas plantas que
podían habitar los protopáramos es un hallazgo sin precedentes. “Nos muestra
que las cordilleras ya estaban levantadas, que tenían una altura de al menos
3.000 metros sobre el nivel del mar, y que había unas condiciones climáticas
para que esas plantas se establecieran”, afirma.
Los rastros
fósiles de plantas de páramo en la Amazonia demostraban otra cosa: que existían
unos ríos y unos cuerpos de agua lo suficientemente conectados, que permitían
que las trazas de polen llegaran desde lo alto de la montaña hasta las llanuras
de la Amazonia.
La investigadora
Carina Hoorn durante su trabajo de campo en la Amazonia peruana. Cortesía Carina Horn.
La investigación
también permitió confirmar que, en la mitad de la Amazonia, en la zona baja del
río Apaporis, vivieron manglares y moluscos, propios de ecosistemas salobres,
durante decenas de miles de años. En otras palabras, “las incursiones de aguas
marinas alcanzaron a llegar hasta donde se encuentra Caquetá en la actualidad”,
asegura Bogotá. Pero ¿por qué estudiar un sistema que existió hace millones de
años y que ya no existe?
Hoorn, autora
principal del artículo, lo explica así: “Este sistema tuvo un papel fundamental
para la evolución de organismos. Funcionó como una especie de cuna de
especiación en donde se fomentó la diversidad de organismos acuáticos mientras
estaba en su fase máxima de extensión, y permitió conectar fauna y flora
terrestres, para las que había sido antes barrera, cuando llegaban las
sequías”.
González
coincide. “La genética de las especies amazónicas, de flora y fauna, tiene
impreso su paso por este sistema”, dice. “Que confluya la biota de las tierras
altas con los ecosistemas de tierras bajas en la selva y los ecosistemas
costeros es un caldo de cultivo para lo que hoy conocemos: la gran riqueza que
está presente en la cuenca amazónica”, agrega Bogotá. “La Amazonia que
conocemos hoy es el resultado de millones de años de historia”, aseguran.
Los depósitos
del humedal amazónico del Mioceno también proporcionaron un sustrato diverso y
a menudo rico en nutrientes en la Amazonia. Los bosques que se encuentran allí
son más diversos, fértiles y productivos que los que están en otro tipo de
suelo.
Entre las
últimas semanas de enero y las primeras de febrero, académicos, investigadores
y organizaciones ambientales alertaron que los fuegos que consumían nuestra
selva amenazaban con romper la conectividad entre dos puntos de biodiversidad
vitales: los Andes y la Amazonia. “Las actividades humanas están interrumpiendo
ese paso que por millones de años ha estado conectado. Por lo menos desde hace
quince millones de años ha habido una conexión activa de ríos, material
genético y poblaciones. Y ahora nosotros nos estamos dando el lujo de
interrumpir ese puente fundamental”, insiste González.
En palabras de
Giovanni Bogotá, fragmentar esas matrices de esos ecosistemas hace que se
pierdan las interrelaciones naturales que se han dado a lo largo del tiempo
entre esos diferentes ambientes. “Al perderse, es posible que el funcionamiento
de esos sistemas también se venga a pique y no podamos llegar a saber en qué
magnitud esas pérdidas puedan llevarnos también a nosotros”.
Para más información por favor consulte: Hoorn, C.,
Kukla, T., Bogotá-Angel, G., van Soelen, E., González-Arango, C., Wesselingh,
F. P., Vonhof, H., Val, P., Morcote-Rios, G., Roddaz, M., Dantas, E. L.,
Santos, R. V., Sinninghe Damsté, J. S., Kim, J.-H., & Morley, R. J. (2022).
Cyclic sediment deposition by
orbital forcing in the Miocene wetland of western Amazonia? New insights from a
multidisciplinary approach. Global and Planetary Change, 210, 103717. https://doi.org/https://doi.org/10.1016/j.gloplacha.2021.103717
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Un biólogo y un
paleontólogo hallaron en este municipio cercano a Bogotá los restos fosilizados
de una mosca de mayo y de un escarabajo. Según los datos preliminares que serán
publicados en la revista científica “Cretaceous Research”, serían los primeros
fósiles de insectos del Cretácico encontrados en el país.
Izquierda:
ilustración de la mosca de mayo. Derecha: Fósil correspondiente a la mosca de
mayo hallada en La Calera, Cundinamarca. / Foto cortesía de Andrés Alfonso y
Edwin Cadena. Ilustración cortesía de Pablo Realpe
A comienzos de
2019, un grupo de paleobotánicos realizaba una salida de campo cerca de la mina
La Popa, en la zona rural del municipio de La Calera (Cundinamarca). Buscaban,
principalmente, fósiles de hojas. Cerca de este lugar, al costado de una
pequeña montaña, se encontraba expuesto un largo muro de roca que, a medida que
se acercaba al suelo, exhibía unas líneas diagonales que se diferenciaban por
mucho del resto del paisaje dominado por piedra caliza.
Estas características, posiblemente desatendidas por un visitante
promedio, llamaron la atención de los científicos. “Siempre que vemos una roca
con este tipo de laminación, nosotros abrimos los ojos así grandes y decimos:
‘Hay que empezar a abrir, a buscar, porque tiene el potencial de tener hojas, restos
de peces, restos de insectos’”, explica Edwin Cadena, paleóntologo de la
Universidad del Rosario.
Y así fue. Luego
de extraer varios pedazos de roca dieron con dos fragmentos en los que
encontraron dos “bichitos bastante extraños”, como los define Andrés Alfonso,
biólogo y estudiante de la maestría de ciencias naturales en la Universidad del
Rosario. Esos bichitos, explican Cadena y Alfonso, representan los primeros dos
insectos fosilizados hallados en Colombia que vivieron en el período geológico
del Cretácico, hace más o menos 100 millones de años.
Pero para llegar
a esa conclusión los dos investigadores primero tuvieron que trasladar los
fósiles a un laboratorio. Allí estabilizaron las rocas aplicándoles un tipo de
Paraloid que, como explica Cadena, es una resina acrílica que “penetra
cualquier fractura e impide que se siga resquebrajando”. Luego analizaron las
muestras a la luz de un estereomicroscopio, un tipo de microscopio que les
permitió tener una visión tridimensional de los insectos.
Gracias a las
fotos de alta resolución que lograron con estos instrumentos, empezaron la fase
de descripción. Basándose en los segmentos del cuerpo, en el número de patas,
en si tenían o no antenas y en otras características físicas, así como en la
comparación con otros insectos descritos anteriormente por la ciencia, los
investigadores concluyeron que ante sí tenían un fósil de efemróptero y otro
más de coleóptero. En otras palabras, de una mosca de mayo de no más de 12
milímetros y de un escarabajo de aproximadamente medio centímetro.
Para determinar
la edad, Alfonso y Cadena usaron el contexto geológico, es decir, la
información que la laminación de las rocas les ofrecía. “Encima de los estratos
blandos, en donde encontramos los fósiles, había unas capas de caliza y en
estas encontramos amonites, que son moluscos. En realidad son los amonites los
que nos indican la edad. Ahí es donde ya podemos saber que, como están debajo
de esos moluscos, deben tener aproximadamente 100 millones de años”, explica el
paleontólogo. Los resultados de su investigación serán publicados como
comunicación corta en la revista científica Cretaceous Research.
Unos insectos
poco conocidos
Hasta el
momento, en el país se contaba con escasos reportes sobre insectos del
Cretácico. Se sabe más, por ejemplo, de los dinosaurios, grandes reptiles
marinos, peces, tortugas y crustáceos que habitaron hace 100 millones de años
en lo que hoy llamamos Colombia. Por eso, Alfonso y Cadena se refieren a este
período como “una ventana de desconocimiento”.
“Normalmente,
cuando uno habla del Cretácico en Colombia, uno se imagina todo un mar. Siempre
uno relaciona el mar, los vertebrados de Villa de Leyva y los depósitos de
Zapatoca, en Santander, que son netamente marinos”, apunta Cadena. Pero según
lo que encontraron ambos investigadores, hacia el norte de Suramérica, hace
millones de años, también surgían otros ecosistemas, como los de agua dulce.
Para empezar,
señalan, actualmente las moscas de mayo nacen y se desarrollan en agua dulce.
“Eso, combinado a la evidencia que tenemos con la forma de las rocas, donde
sabemos que se dieron en ambientes de baja energía y tranquilos, nos permite
establecer que durante esos eventos marinos hubo momentos en los cuales los
ecosistemas cambiaron y afloraron los ecosistemas de agua dulce”. Lagos, como
el que se encuentra muy cerca de donde encontraron los fósiles.
“La presencia de
estos insectos nos ayuda a imaginarnos cómo era el ciclo alimentario. Estos
insectos, como la larva de la mosca, suelen ser detritívoros, es decir, que se
alimentan de material vegetal y algas en descomposición, pero son la base de la
alimentación de muchos otros animales como los peces”, complementa Alfonso.
Si bien Cadena y
Alfonso celebran el descubrimiento, explican que aún falta mucha investigación
en la zona, pues de los 80 metros disponibles para excavación, ellos solo
exploraron dos. “Esto abre la posibilidad de mostrar el potencial que tiene un
lugar no muy lejos de Bogotá para entender cómo fue el norte de Surámerica
durante un período que no conocemos”, comenta Cadena.
Para más información por favor consulte: Alfonso-Rojas,
A.F., Cadena, E-A. (2022). The
first benthic insects (Ephemeroptera and Coleoptera) from the Upper Cretaceous
of Colombia. Cretaceous Research. 132. https://doi.org/10.1016/j.cretres.2021.105116
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Restos fósiles de los ojos y cerebro de este
animal permitieron reconstruir parte de su historia..
Mirar a los ojos
de una criatura que existió hace 95 millones de años puede sonar como algo
imposible. Pero de alguna forma eso es lo que ha hecho en los últimos años el
paleontólogo colombiano Javier Luque con la Callichimaera
perplexa. Un fósil de cangrejo que en el 2019 le dio la vuelta al mundo
cuando fue descrito en la revista Science Advances, no solo como una especie,
género o familia nueva, sino como una rama completamente desconocida en el árbol
de la vida.
Un animal único
y sin precedentes, considerado como el ornitorrinco de los cangrejos, que
colocó una vez más a Colombia en el mapa de la paleontología mundial. El fósil
fue encontrado en Pesca, un pueblo cercano a Sogamoso (en Boyacá), en medio de
un gran yacimiento de fósiles marinos con preservación excepcional, un completo
tesoro para los científicos en el que, por cuestiones que podrían atribuirse a
la suerte, se dieron las condiciones propicias para que cientos de individuos
prehistóricos se fosilizaran, conservando incluso parte de sus tejidos blandos.
Precioso cangrejo quimera fósil mostrando sus grandes ojos. Foto: Daniel Ocampo R. (Vencejo Films).
Ahora, en un
nuevo estudio que se publica hoy en la revista iScience, Luque, quien hace
parte del Departamento de Biología Orgánica y Evolutiva de la Universidad de
Harvard, junto a investigadores de Yale revelan nuevos detalles de cómo fue la
vida de la Callichimaera perplexa y
describen por qué sus ojos inusualmente grandes sugieren que este extraño
cangrejo era un depredador nadador muy visual.
Y es que identificar
qué lugar ocupaba este animal en el árbol de la vida era tan solo uno de los
primeros pasos que los investigadores estaban dando hacia desentrañar los
misterios detrás del particular animal, que rondó en la Tierra cuando por ella
aún caminaban los dinosaurios.
“Una vez tuvimos
claridad de la posición de la quimera en el árbol de la vida, una vez pudimos
saber cómo se relacionaba con otros animales, venían muchas más preguntas como,
por ejemplo, qué hacía para vivir, cómo lo hacía, en dónde vivía, si eran bebés
o adultos, por qué es tan rara, por qué es una quimera, por qué es el
ornitorrinco del mundo de los cangrejos, de dónde viene esa forma tan única”,
explica Luque, quien asegura que todas esas preguntas, y la posibilidad para
intentar darles respuesta, parten de una gran ventaja que se les presentó como
paleontólogos, al contar con unos 70 ejemplares de este individuo para
analizar.
La gran cantidad de fósiles de Callichimaera perplexa
hallados en Boyacá representan una gran ventaja para los investigadores.. Foto:
Daniel Ocampo R. (Vencejo Films).
Una oportunidad
única en el mundo de los fósiles, que suelen llegar a manos de los
investigadores de uno en uno —como el particular cangrejo en ámbar del sudeste
asiático que fue descrito por Luque el año pasado, que es un ejemplar único en
el mundo hasta el momento—, e incluso solo por partes.
“Con la quimera
tenemos 70 ejemplares, una población de animales que nos permite decir cosas
que de otra forma no podríamos, comparar los pequeños con los grandes, ver el
rango de crecimiento entre jóvenes y adultos, o analizar lo que llamamos
dimorfismo sexual, que son las diferentes formas que se presentan entre macho y
hembra”, detalla el investigador.
Fósiles que
además cuentan con una preservación excepcional de clase mundial, por lo que
los científicos han encontrado algunos de ellos incluso con aparatos
reproductores que han sido preservados, músculos, parte del cerebro y los
grandes ojos de la Callichimaera, una de sus características más inusuales y
llamativas debido a su enormidad.
¿Para verte
mejor?
“Es como si un
humano tuviera ojos del tamaño de balones de futbol, si llegáramos a tener unos
ojos tan grandes quiere decir que las ventajas de poseerlos están por encima de
las desventajas”
“Una de las cosas que más nos llamó la
atención, aparte de la rareza de este animal, que es muy raro, son sus ojos tan
grandes. Es como en el cuento de Caperucita Roja, ‘cangrejito, qué ojos tan
grandes tienes, pero para qué’. Órganos de este tamaño cuestan energía y
nutrientes, además son vulnerables”, aseguró Luque y continúa: “Es como si un
humano tuviera ojos del tamaño de balones de fútbol, si llegáramos a tener unos
ojos tan grandes quiere decir que las ventajas de poseerlos están por encima de
las desventajas”.
Los cangrejos
vivos suelen tener pequeños ojos compuestos ubicados al final de un largo tallo
con una órbita para cubrirlos y protegerlos. La Callichimaera; sin embargo,
tiene grandes ojos sin cuencas para resguardarlos. En un principio, los
investigadores pensaron que era un cangrejo en la última etapa larvaria llamada
megalopa, que significa precisamente ‘ojos grandes’. Sin embargo, este es un
breve momento en el desarrollo del cangrejo. A medida que madura y se convierte
en un joven, se espera que el cuerpo crezca más que los ojos.
Para probar si
estaban ante cangrejos bebé o ya desarrollados, Luque y la primera autora de la
nueva publicación, la candidata a doctora de la Universidad de Yale, Kelsey
Jenkins, analizaron más de 1.000 especímenes de cangrejos vivos y extintos que
representan 15 especies de estos animales en todo su árbol genealógico. Los
especímenes incluían cangrejos en diferentes etapas de desarrollo y abarcaban
una variedad de hábitats, ecologías y estilos de vida.
Los
investigadores midieron las dimensiones de los ojos y el cuerpo de los
cangrejos desde que eran bebés hasta adultos y descubrieron que, a diferencia
de otras especies, la Callichimaera mantiene
sus grandes ojos durante todo el desarrollo. De hecho, eran los de más rápido
crecimiento de todas las especies y podían alcanzar hasta el 16 por ciento de
todo su cuerpo, que es aproximadamente del tamaño de una moneda de 500 pesos.
Para ponerlo en
perspectiva, Luque explica que es como si un ser humano, que cuando es bebé
tiene un cuerpo más pequeño y una cabeza más grande, conservara estas
proporciones al convertirse en adulto, como tener un gran bebé de un metro con
ochenta, una imagen bastante extraña. “En la naturaleza ocurre ese fenómeno de
crecimiento acelerado donde los animales suelen mantener una forma de bebé pero
alcanzan una madurez sexual muy rápido”, apunta el investigador.
Pero ¿qué hacían
con estos grandes ojos? De acuerdo con Luque, ojos grandes inmediatamente no
implica que sean cazadores, “quiere decir que los usaban activamente, no vivían
enterrados en el sedimento, ni en cuevas, vivían donde necesitaban usar esos
ojos grandes para capturar luz y hacer imágenes del mundo que los rodea”,
detalla. Por eso la siguiente incógnita a resolver fue si estaban ante un
cazador o ante una presa que quiere tener los recursos para poder escapar.
El ojo de la quimera: imagen SEM del ojo compuesto de Callichimaera perplexa. Foto: Cortesía
de Javier Luque (Universidad de Harvard)
La excepcional
preservación de los ojos permitió a los investigadores ver este órgano en todas
sus facetas. A diferencia de los humanos, tanto insectos como crustáceos tienen
ojos compuestos, formados por pequeñas celdas en forma de hexágono (como un
panal de abejas), sobre los que se recibe la luz que será luego procesada por
el cerebro para formar imágenes. Los mismos ojos que sobrevivieron 95 millones
de años en Boyacá hasta que fueron encontrados por los paleontólogos.
Así, análisis
posteriores mostraron que este cangrejo quimera era un animal con una alta
agudeza visual similar a las libélulas, que se encuentran entre los principales
depredadores del mundo de los insectos, y al camarón mantis. Además, la
preservación de los tejidos blandos internos, como los lóbulos ópticos (tejidos
neurales), mostró que se parecían más a los de las abejas y otros insectos de
ojos grandes que a los de los cangrejos, y estaban adaptados a una buena
iluminación.
“Todo parece
indicar que este animalito quimera era un gran nadador, altamente visual y
predador en condiciones de luminosidad alta”, señala Luque sobre los nuevos
hallazgos alrededor de su “quimera hermosa y desconcertante” —la traducción de Callichimaera perplexa— que hoy comparte
con el mundo.
Reconstrucción artística de la Callichimaera perplexa: el cangrejo más extraño que jamás haya existido. —nadando tras un camarón coma Eobodotria muisca (Cumacea). Foto: Masato Hattori
Congelados en el
tiempo
Para el
paleontólogo colombiano, este descubrimiento es particularmente especial porque
el tipo de preservación excepcional de los fósiles de la quimera recuperados en
Colombia es del mismo que el de los famosos fósiles del esquisto de Burgess o
Burgess Shale, en Canadá. Una formación geológica famosa por sus fósiles que
son vestigios de animales invertebrados del período Cámbrico Medio (con unos
500 millones de años de antigüedad), que además fue declarada como Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco.
Aunque existen
depósitos de este tipo en otros lugares del mundo, como China, Australia o
Estados Unidos, esta es una condición que no se había visto en el trópico,
donde las lluvias y la exuberante vegetación que caracteriza a esta zona del
mundo —y la hace tan especial en materia de biodiversidad— también se convierte
en una barrera para conocer cómo fue la vida en este territorio en otros
momentos.
“Cuando queremos
estudiar los fósiles tenemos problemas de acceso a las rocas porque están
usualmente cubiertas con suelos, arcillas o con bosques, pastos y vegetación y
esto hace que las rocas se dañen, así que poder encontrar este tipo de fósiles,
con ese tipo de preservación en los trópicos, nos está dando nuevas avenidas
para investigar esas ventanas hacia el pasado de forma excepcional con los
lentes de la biodiversidad tropical”, asegura Luque.
Javier Luque (Universidad de Yale, izquierda) y Catalina Suárez (Servicio Geológico de Colombia, centro) excavando fósiles en los Andes colombianos. Foto: Felipe Villegas (Instituto Humboldt)
Y las
investigaciones con la Callichimaera son solo el comienzo, pues en Colombia se
cuentan con depósitos de más de 90 millones de años con preservación
excepcional de estrellas de mar, erizos que mantienen sus espinas articuladas,
camarones que conservan su boca, estómago, intestino y cola, entre muchos otros
especímenes que esperan por ser estudiados.
El nivel de
detalle de la reconstrucción de cómo fue la vida de estos animales que permiten
estos extraordinarios fósiles es tanto, que en los próximos estudios con la
quimera esperan incluso ser capaces de rescatar hasta rastros de pigmentos para
conocer de qué color eran realmente estos particulares animales.
Para más información por favor consulte: Jenkins, K. M.,
Briggs, D. E. G., & Luque, J. (2022). The remarkable visual system of a Cretaceous crab.
iScience, 25, 103579. https://doi.org/10.1016/j.isci.2021.103579
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En el desierto de la Tatacoa (Huila)
paleontólogos encontraron los fósiles de la “Stupendemys geographica”, una
especie de tortuga gigante que vivió hace unos 13 millones de años. Se trata de
una nueva pieza que ayuda a comprender mejor el rompecabezas de la
biodiversidad pasada de Colombia.
Fósil de tortuga “Stupendemys geographica", hallado en el desierto de la Tatacoa, Huila.
Hace cerca de dos décadas Edwin Cadena
encontró el fósil de una tortuga en el municipio de Zapatoca, en Santander.
Cuenta que, aunque ya había decidido que quería entender el mundo a través de
los restos de animales que vivieron hace millones de años, muy poco sabía de
esos reptiles con caparazón. Sus colegas paleontólogos tampoco habían mostrado
mucho interés por estudiar los que habitaron el norte de Suramérica. “Pero,
dice, empecé a fascinarme en ese momento en Zapatoca cuando encontré esa concha
de un animal que vivió hace 135 millones de años”.
La especie la bautizó Notoemys zapatocaensis y resultó ser el registro más antiguo de una
tortuga en esta porción de continente. Desde entonces, Cadena, geólogo de la
Universidad Industrial de Santander y PhD en paleontología de la Universidad
Estatal de Carolina del Norte (Estados Unidos), ha dedicado sus últimos años a
buscar más pistas de las tortugas que alguna vez vivieron en lo que hoy
conocemos como Colombia.
La última la encontró en el desierto de la
Tatacoa, en Huila. Su hallazgo, que acaba de ser publicado en la revista de
acceso abierto Heliyon (que forma parte de la “familia” de revistas de Cell
Press), es una pieza más para comprender la que es, hasta el momento, la tortuga
más grande de agua dulce conocida en el planeta: la Stupendemys geographica
Edwin Cadena durante la excavación en el desierto de la Tatacoa
Sobre este espécimen ya se sabían algunas cosas. Hace
justo un año, Cadena, junto con otro equipo de científicos, había descrito el
caparazón más grande de una tortuga de agua dulce que se ha encontrado. También
pertenecía a la Stupendemys geographica
y fue hallado en Urumaco, un pueblo al norte de Venezuela. Aunque los primeros
fósiles de esta especie fueron descritos en 1976, lo cierto, afirma Cadena, es
que hasta ese instante los paleontólogos no sabían casi nada sobre ella. Había
una larga lista de enigmas por resolver.
Una de las
incógnitas tenía que ver con la manera en que crecía esta especie gigante que
vivía, entonces, en un paisaje muy diferente de lo que hoy es Colombia: las
cordilleras apenas se estaban formando y los ríos Magdalena y Cauca aún no
atravesaban cientos de kilómetros de tierra. En vez de eso, había un complejo
sistema de ríos y humedales más parecido a los Llanos Orientales. Lo llamaron
“Pebas” y se extendía desde Huila hasta buena parte de Venezuela, Brasil y
Perú.
.
Huila fue el
lugar donde Cadena, en compañía de varios colegas, encontraron el nuevo fósil
de la Stupendemys geographica. Para ser precisos, lo hallaron en el desierto de
la Tatacoa, en la formación La Victoria, como llaman los geólogos a esas capas
de roca. El primer avistamiento lo hicieron en 2018 junto a los paleontólogos
Andrés Link, Siobhán B. Cooke y Melissa Tallman (de la Universidad de los
Andes, Johns Hopkins University y Grand Valley State University,
respectivamente). Al año siguiente volvieron para iniciar el proceso de
excavación.
Tras estar poco
más de tres días bajo el inclemente sol huilense, trasladaron el fósil en un
tractor al Museo de Historia Natural la Tatacoa, que resguarda Andrés Felipe
Vanegas, otro de los autores del artículo publicado en Heliyon. Después vino
otra etapa difícil: armar el caparazón de la tortuga que, entonces, parecía más
un complejo rompecabezas.
“Lo valioso esta
vez es que el fósil que encontramos pertenece a un ejemplar juvenil, porque
hasta el momento solo teníamos pistas de individuos adultos. Esto es
importante, porque nos ayuda a entender cómo era ese proceso de crecimiento”,
cuenta Cadena, también profesor del programa en Ciencias del Sistema Tierra de
la Universidad del Rosario. “Además, es la primera vez que encontramos tanto el
caparazón como el cráneo de la Stupendemys
geographica”.
Hay otro punto
que también es importante en esta publicación. En ella sus autores demuestran
que durante el Mioceno, el nombre oficial de aquella época remota, hubo otra
especie gigante de tortuga que compartió el mismo ecosistema: la Caninemys tridentata. Es posible que una
de ellas viviera en la base de ese extenso sistema de lagos que se extendía
hasta Venezuela y la otra habitara más en la superficie.
Es la primera vez que se encuentra tanto el caparazón como el cráneo de la "Stupendemys geographica".
Pero, además de
ayudarnos a comprender cómo era este territorio hace millones de años, cuando
hubo una conexión entre Colombia, Brasil, Venezuela y Perú, en el que también
habitaron caimanes gigantes, para Cadena dar con estos fósiles en el desierto
de la Tatacoa representa otro par de hechos invaluables. El primero es que
ayuda a promover el turismo científico en Huila, un proceso que han impulsado
varios investigadores y en el que participan las comunidades.
El otro tiene
que ver con el gran momento que vive la paleontología colombiana. Como dice, si
hace unas décadas era una sorpresa publicar un descubrimiento cada 10 o 15 años
en el país, hoy todos los años se están haciendo anuncios fascinantes liderados
por científicos colombianos. Hace solo dos meses, por poner un ejemplo, el
mundo conoció el primer cangrejo de la época de los dinosaurios preservado en
ámbar. Los resultados, que aparecieron en Science Advances, se robaron varias
portadas de medios. Al frente estuvo Javier Luque, otro paleontólogo
colombiano.
Para más información por favor consulte: Cadena, E.-A.,
Link, A., Cooke, S. B., Stroik, L. K., Vanegas, A. F., & Tallman, M.
(2021). New insights on the
anatomy and ontogeny of the largest extinct freshwater turtles. Heliyon,
7(12), e08591. https://doi.org/10.1016/j.heliyon.2021.e08591
Todas las imágenes y fotografías aquí publicadas son propiedad de sus respectivos autores.
Estos son los restos óseos hallados en Bogotá. FOTO: Ana María
Sánchez. CitytvEl hallazgo se hizo en el barrio Alcalá. Expertos analizarán y
protegerán las piezas
En medio de la
excavación de un pozo para reforzar una estructura en el barrio Alcalá, en el
sur de Bogotá, tres obreros hicieron un hallazgo sin precedentes.
De las
profundidades de la tierra extrajeron restos óseos que parecen ser las
mandíbulas de un enorme animal.
De manera
preliminar, el Servicio Geológico Colombiano le aseguró a Citytv que estas
piezas podrían ser de un mastodonte:
"De manera
preliminar, se puede determinar que la pieza corresponde a una mandíbula
izquierda de mastodonte, siendo la parte anterior la que tiene el molar con las
cúspides más desgastadas, lo más probable es que sea nastiomastodon
platensis".
El espécimen al
que habría pertenecido esta mandíbula sería un pariente lejano de los elefantes
modernos, que predominó principalmente en el continente de América del Sur y se
extendió sobre la mayor parte del territorio.
Según le
contaron los obreros a Citytv, llevaban varios días encontrando piezas que
parecían ser huesos. Sin embargo, no prestaron atención y los desecharon junto
al resto de escombros. Solo hasta que encontraron las mandíbulas y los dientes
supieron que este no era un hallazgo cualquiera.
El Servicio
Geológico recordó que, ante este tipo de situaciones, es necesario cumplir un
protocolo para proteger las piezas."Quien de manera fortuita encuentre
posibles bienes de interés geológico o paleontológico deberá dar aviso
inmediato a las autoridades locales y al Servicio Geológico Colombiano o la
entidad que este autorice en un plazo máximo de 24 horas siguientes al
hallazgo".
Aquí el vídeo de la noticia del hallazgo. Créditos City
TV
Comunicado sobre el hallazgo paleontológico ocurrido en la ciudad
de Bogotá
El Servicio
Geológico Colombiano se permite informar que el pasado 8 de noviembre, la periodista
de CityTV, Ana Guzmán, informó a la Entidad el hallazgo efectuado el pasado 8
de noviembre, durante la realización de una obra civil al interior de un
inmueble localizado en el barrio Alcalá de la ciudad de Bogotá.
Acto seguido, y
con base en los datos suministrados por la periodista, el Servicio Geológico
Colombiano estableció, preliminarmente, que los restos presentados en imágenes
correspondían a un fragmento mandibular de un mastodonte, posiblemente un Notiomastodon plantensis. Sin embargo,
es necesario efectuar una revisión técnica y detallada de las piezas.
En ejercicio de
sus funciones, la entidad procedió a realizar los acercamientos con los
posibles involucrados con el hallazgo, encontrando que el material fue retirado
del lugar, luego de que se efectuara la publicación de la nota periodística,
por una persona que manifestó tener la condición de arqueólogo.
Hasta el
momento, y pese a los esfuerzos realizados por el Servicio Geológico
Colombiano, no ha sido posible establecer la identidad, ubicación o vínculo con
una entidad o institución universitaria, de la persona que sustrajo los restos
ya referidos.
Con base en los
hechos antes señalados, y en el marco del CONVENIO DE COOPERACIÓN PARA PREVENIR
Y CONTRARRESTAR EL TRÁFICO ILÍCITO DE BIENES DEL PATRIMONIO CULTURAL DE LA
NACIÓN, el Servicio Geológico Colombiano informó a las autoridades pertinentes
lo sucedido, con el objetivo de que se adelanten las investigaciones necesarias
y se proceda a realizar la búsqueda de los restos paleontológicos, con el fin
de poder atender el hallazgo y garantizar la protección de este.
Finalmente, el
Servicio Geológico Colombiano hace un llamado a la comunidad en general para
que, en caso de que esté en presencia de piezas fosilizadas, contacte al
Servicio Geológico Colombiano, quienes realizarán el estudio y protección del
patrimonio geológico y paleontológico.
(patrimonio@sgc.gov.co).